martes, 5 de agosto de 2014

Lucha de clases, notas para entender la coyuntura

                             




El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida que lucha”, W. Benjamin

Un concepto viejo y pequeño

El concepto de lucha de clases parece hoy una pieza de museo. Parafraseando a Benjamin, se podría decir que es un concepto “pequeño y feo”, mientras que los nuevos “tips” de la ciencia política proliferan por doquier para explicar “fenómenos sociales” o, mejor dicho, para constatar su existencia sin explicárselos. En un extremo, están quienes sostienen que, simplemente, las clases sociales no existen. Se afirman en nociones ya televisivas: familias de altos ingresos, capas medias, clase media, personas bajo la línea de pobreza. Son las formas conceptuales, sociológicas, de la clasificación social “no-marxista”. En todo caso, el principal problema de estos conceptos no reside en que sean malos intrínsecamente frente al súper-método de Marx y los avatares de la “dialéctica”, sino en que sencillamente no explican nada: aristotélicamente, sólo clasifican, estratifican. Como dirían los foucaultianos y Giorgio Agamben – equivocados hasta cierto punto en esto, son conceptos “biopolíticos”: están hechos para el control de la población y la vida, y – esto lo agregamos nosotros, no para la explicación de los fenómenos sociales.

Sin embargo, como la producción capitalista sigue existiendo, con todas sus consecuencias desde la plusvalía hasta el conocido “fetichismo” de la forma-dinero, al menos habrá que conceder que la lucha de clases existe en potencia ahí donde hay explotación. Que el concepto de clase social no haya sido explicado por Marx debido a la interrupción del Libro III de El Capital constituye (a riesgo de parecer exagerado) un desastre teórico de grandes proporciones. La lucha interna que ha suscitado en el marxismo, por ejemplo, en el debate Miliband-Poulantzas, o incluso Erik O. Wright-Poulantzas, debe constituir un objeto de estudio en todos los sectores que pretenden “recomponer” el concepto de clase y ponerlo “a la orden del día”.

Sin ir más lejos, quisiera traer a la memoria una vieja cita de Marx del Libro I de El Capital: en el corazón mismo del texto, cuando explica el carácter “vampirezco” del capital frente al trabajo vivo, Marx muestra como, en la lucha por la prolongación-limitación de la jornada de trabajo que se libra entre el capital global y el trabajo global, entre la clase obrera y el proletariado, se da cierto principio de “auto-conservación”, cierta lucha por la potencia de obrar. No se nos olvide la cercanía juvenil de Marx con Spinoza. Finalmente, la lucha de clases aparece aquí relatada como una cuestión vital: es una lucha de las fuerzas físicas por mantenerse vivas, una lucha por la perseverancia en el ser. Los obreros luchan contra la “prolongación desmesurada de la fuerza laboral”. Sin embargo, deben apelar a la mentalidad calculadora del capitalista en los términos que él impone; los costos de la depreciación moral y física de la fuerza laboral serán finalmente un perjuicio a la producción de mercancías. “Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor”. Del lado del capitalista, sigue siendo una lucha por las condiciones en que se vende una mercancía determinada, la fuerza de trabajo. Del lado del obrero, es una lucha por la vida. Comprendemos más o menos fácilmente la cuestión: la lucha de clases es una lucha por la vida.1

Está por leerse este capítulo de El Capital como una “historia” no historicista de la lucha de clases. Lo importante ahora es comprender que, ya en el nivel más básico del modo de producción capitalista y la sociedad de clases, la lucha se instala como un elemento consustancial a la producción misma. Marx insistió varias veces en esto: la existencia de la lucha de clases es propia a la existencia misma de las clases. En la relación entre el productor y el propietario, hay lucha siempre.

Posposición del conflicto de clases

En nuestro país, el concepto de lucha de clases no es muy utilizado para explicar los procesos de conflicto social. En su reemplazo, las nociones de ciudadanía, movimiento social, derechos sociales, entre otros, han ocupado el núcleo del lenguaje de izquierda y recientemente de derecha. Incluso ha sucedido con el concepto de “calle” que se ha transformado en un extraño sinónimo de las luchas políticas y sociales del pueblo. Claro que en la arena política, que exije ciertas concesiones en el orden comunicacional, no podemos re-imponer por decreto las nociones del llamado “marxismo clásico”. Pero si, en el campo del análisis y el debate de la izquierda, no nos queda más que dar una batalla teórico-ideológica (pero también política) por volver a hablar “marxismo”. Así, no debemos temer a la posibilidad de decir las cosas por su nombre: los distintos niveles del conflicto social inherente al neoliberalismo chileno, son distintas formas, sobredeterminadas y complejas, del conflicto de clases. Esta pluralidad de luchas no está exenta, por así decirlo, de ser reducida en última instancia y de forma no mecánica a la lucha de clases.

¿Por qué este amplio rodeo? Porque el primer triunfo ideológico del consenso neoliberal ha sido la privación a la que ha sometido, a gran parte de la izquierda, de utilizar las herramientas teóricas de la tradición marxista en sus modelos de análisis. En este contexto, y eludiendo esta "privación conceptual", la tesis que esbozaremos aquí es que la actual coyuntura se basa, en términos generales, en una conjuración de la lucha de clases. Ya no solo al nivel “cultural-intelectual”, sino también político.

La forma objetiva que adquiere esta conjuración es la de una posposición del conflicto de clases. Por ejemplo, el acuerdo CUT-Gobierno. Lo que ha hecho objetivamente el gobierno de la nueva mayoría con este acuerdo, es alcanzar cierto grado de postergación de un conflicto de clases determinado, y situado en el centro de la formación social capitalista-neoliberal que predomina en Chile. En efecto, al realizar ciertas concesiones de orden jurídico-político – aunque solo sea en el papel, el gobierno ha dado un respiro importante a la burguesía, que tendrá tiempo de “sacar las cuentas” en relación al tema que más le incomoda, a saber, el aumento de los salarios. En términos marxistas, esto permite al bloque dominante asegurar cierta estabilidad en la cuota de ganancia del capital. Pero no todo es económico. Este acuerdo tiene un carácter fundamentalmente político: permite mantener el ciclo virtuoso de la estabilidad neoliberal, que es condición de la hegemonía del bloque en el poder, y de la reconstrucción de la “unidad de clase” de la burguesía. Ganar tiempo dejando el debate sobre el salario para un futuro incierto, y conceder ciertas cuestiones en materia organizativa a la fuerza laboral sindicalizada, ha sido una gran jugada del neoliberalismo criollo: no hay que dudarlo.

Las ilusiones del “gobierno en disputa”

En otro plano, el bloque dominante ha dado una vuelta de tuerca al debate sobre la educación, llevándolo al plano de la “participación ciudadana”. Vale la pena insistir aquí sobre el mecanicismo socialdemócrata que es inherente a esta operación. Si para los marxistas mecánicos y el “materialismo vulgar” lo que define el pensamiento de izquierda es un predominio y determinación absoluta de lo político (superestructura) por lo económico (infraestructura), para los críticos igualmente mecánicos de ese marxismo, como Norberto Bobbio, la superestructura determina a la infraestructura. Es decir, la participación en el aparato de estado y las diversas instancias y dispositivos que componen el “gobierno”, es condición suficiente para transformar aquello que sucede en el orden de la producción y el bolsillo de los "consumidores", en la estructura. Los gramscianos de izquierda, como J. Texier, insistieron suficientemente en este mecanicismo invertido, que caracteriza a los "teóricos" de la superestructura. Es preocupante la recaída en esta ideología “participivista” por parte de algunos actores de la lucha social y política. Más que mal, es evidente que la tarea más importante del estado neoliberal, en la actual coyuntura, es disipar la crisis de legitimidad que atraviesa el modelo, marcada por la crispación producida en el 2011. Para ello dispone de una serie cada vez más ampliada de círculos, dispositivos y centros des-centrados de diálogo y participación "ciudadana". 

En realidad, sabemos desde Gramsci que una distinción metodológica no corresponde a una distinción orgánica. En la realidad vívida de la sociedad burguesa, la superestructura está situada en el mismo lugar que la famosa “estructura”, y la estrategia revolucionaria debe basar su acción en esta unidad.

Es la apertura de canales de participación, sumada a la negociación sectorial, la que permitirá, tarde o temprano, la recomposición de la legitimidad del régimen. Un modelo de revolución pasiva efectivo basa sus pasos tácticos en este tipo de cuestiones. ¿Quiere decir esto que hay que abstenerse de negociar y participar? De ninguna manera, pero todo depende. En el caso del movimiento estudiantil, las cosas son un poco más intrincadas. El único factor del que dispone este movimiento para “torcer la mano” del bloque en el poder, es la movilización de masas. Presentándose como el gobierno que, mediante una mayoría parlamentaria aplastante, viene a asegurar la educación “universal y gratuita”, el gobierno neoliberal de Michelle Bachelet no se muestra como “enemigo” del movimiento estudiantil en forma descarnada y abierta. Esto reduce las posibilidades de maniobra, y establece la necesidad de proponer una táctica inteligente, basada en la erosión de la “legitimidad programática” y con ello carismática de la nueva mayoría, develando sus propias contradicciones. Sin embargo, en el caso del acuerdo por el salario mínimo, la partida corre por carriles distintos. Aquí lo que corresponde es demostrar de inmediato la ausencia de voluntad de la llamada clase política respecto al tema salarial, y su complicidad con las distintas facciones de la burguesía que pugnan por mantener el ciclo virtuoso de la acumulación neoliberal.

Por razones de espacio, sólo un último factor. El acuerdo sobre la reforma tributaria. Este acuerdo tiene varios objetivos. En primer lugar, abre un flanco de comunicación entre varias facciones de la burguesía, situadas en el seno del aparato de estado con representación diversa. En segundo lugar, establece una cierta “reconciliación” entre estas facciones, liberando tensiones producidas por el núcleo problemático de concesiones a los sectores en lucha, que involucra el programa de gobierno de la nueva mayoría. Por último, provoca incertidumbre en los sectores de izquierda, que han centrado su respuesta en la crítica de la llamada “política de los consensos”. N. Bujarin, que en este aspecto se muestra como un teórico marxista sombroso, plantea que una formación social es un sistema de equilibrio inestable entre las distintas clases (y fracciones de clase) con un ente regulador: el estado. Muy bien, el acuerdo sobre la reforma tributaria entre la derecha y la derecha del gobierno, reestablece ese sistema de equilibrio inestable. Más claramente: reconstituye la frágil unidad del bloque hegemónico, trastornado por el efecto 2011 y sus diversas recapitulaciones.

Para resumir: un orden conceptual sobre la coyuntura actual 

Resumiendo, estamos frente a una coyuntura en que la clase dominante necesita posponer la lucha de clases y sus diversas detonaciones locales-parciales, imponiendo una ideología de la participación ciudadana a las organizaciones de masas, recomponiendo la hegemonía del bloque en el poder y, finalmente, reestableciendo su unidadad en tanto “clase-para-sí”, utilizando el sentido marxista del término. Ello con un solo objetivo: mantener y reforzar el llamado “consenso neoliberal” que es, insistimos, condición del capitalismo chileno. Como se ve, una conclusión semejante no es alcanzable en el marco de las nociones que la propia “ciencia” política contemporánea impone. Distinciones politicistas, a lo Bobbio, o funcionalistas a lo T. Parsons, no nos sirven para llegar a conclusiones “marxistas”, aunque solo sea aproximativamente. Menos aun vamos a conseguir algo leyendo, entrelineas o literalmente, lo que la burguesía y los sectores dominantes dicen de sí mismos: aun en el caso de que no existiese ningún “centro de pensamiento” en el que se dilucide una estrategia basada en la recomposición y reconstrucción del consenso neoliberal, ya “inconscientemente” la burguesía actúa de acuerdo a sus intereses de clase.

El análisis de coyuntura debe dejar de basarse en los conceptos mellados del liberalismo y la emulsión posmoderna, para, tomando lo “bueno” que hay en el debate teórico-político contemporáneo, volver a poner en el tapete el núcleo crítico del marxismo revolucionario: el concepto de lucha de clases y su potencialidad anticapitalista per se. En todo caso, esta reflexión debe dejar de ser tarea exclusiva de los intelectuales2, convirtiéndose en patrimonio del movimiento popular anti-neoliberal. 

 
1 La cuestión de las traducciones de El Capital no ha dejado de ser un debate candente, pero en el actual estado de cosas, bastante improductivo. En todo caso, para la presente nota, hemos utilizado la edición de Siglo XXI, a cargo de Pedro Scaron. 
 
2 Alejandro Saavedra ha hecho un buen esfuerzo, pero apegado casi excesivamente a la tradición sociológica y analítica del marxismo occidental, por entender las clases sociales y la lucha de clases en su libro “Un marco conceptual para el estudio de las clases sociales en el Chile actual”, publicado por el Grupo de Investigaciones Agrarias y la Universidad Austral, 2008

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