La izquierda y el
desafío de una estrategia para un nuevo Chile
“En el primer
caso, se trata de aplicar una concepción jurídica y electoralista
(…) En el segundo caso, se trata de una concepción que, respetando
el pluralismo e implicando contactos jurídicos en “la cumbre”,
compromete directamente al partido en la lucha de masas para extender
su audiencia y conquistar posiciones más amplias (…) La cuestión,
en definitiva, es la de la primacía: primacía
del contrato o primacía
del combate”
Louis
Althusser, “Lo que no puede durar en el Partido Comunista”
El
concepto de “ruptura democrática” remite a una unidad.
Esa es nuestra primera premisa. Con unidad, en este caso, no nos
referimos a una individualidad
ni tampoco a la unión
de
ciertas fuerzas, sino simultáneamente a las dos cosas: a un período
histórico individualizado (a una coyuntura) y a la conjunción de
ciertos elementos en esa coyuntura. Diremos, en primer lugar, que
“ruptura democrática” es el nombre que se le da, exactamente, a
una unidad de
ruptura,
a una coyuntura histórica individualizada en la que confluyen o se
unen una serie de relaciones de fuerzas, problemas, y más
exactamente, contradicciones.
Una “unidad de ruptura” es en ese sentido una fusión de
contradicciones sociales en un período determinado, que permiten la
ruptura y la crisis,
el desajuste
entre los distintos niveles que componen el todo social.
Una
unidad de ruptura queda asociada, de este modo, a cierto cúmulo de
acontecimientos históricos: Chile 1969-1973, Rusia 1905, Bolivia
2001-2005, etc. Sin embargo, lo que justamente señala el concepto,
es que no basta jamás
con evidenciar los acontecimientos históricos para comprender la
naturaleza de lo que en la tradición leninista se conoce como
“período reviolucionario” (unidad de ruptura). La historia1,
por si sola, no explica nada, no entrega recetas, y menos constituye
análisis científicos de la realidad concreta: es un modo de
registro auxiliar en la teoría del todo. Hay que ir más allá. En
ese sentido Lenin decía, en la víspera de esa “unidad de ruptura”
que constituyó la Rusia zarista de 1905, que una revolución se
produce como efecto de dos procesos; el descontento de las grandes
masas y la crisis estructural del estado
capitalista (“los de arriba ya no pueden”
seguir
gobernando como antes lo hacían). La explicación de Lenin no debe
su exactitud al hecho de que ponga sobre la mesa, por así decirlo,
una fórmula secreta para entender el acontecimiento revolucionario.
Las consecuencias de esta afirmación deben ser buscadas en otro
lugar, en la teoría del estado del modo de producción capitalista.
Lenin dice exactamente; no basta con que ya no se quiera,
el querer es un aporte invaluable pero no sustituye la realidad, no
basta con nuestros “deseos” (cuestión en la que Lenin insiste en
otros textos), tiene que haber un proceso
estructural
de “desconcierto” político, tiene que predominar la situación
de crisis. Diremos, entonces dos cosas: (1) que la unidad de ruptura
está referida predominantemente a lo político, y en última
instancia a lo económico (crisis económico-política), y (2) que
tiene que ver con cierto desajuste estructural además de la voluntad
de las grandes masas.
El
concepto mismo de “ruptura democrática” nos engarza al tema
político como ningún otro. En efecto, al introducir la palabra
“democrática” al lado de “ruptura”, se nos reenvía de forma
privilegiada al sitio de lo político, al lugar de la “democracia”.
¿Qué sería, en este caso, una unidad
de ruptura
cuyo carácter sea democrático?
El concepto de “socialismo democrático” que utilizaron algunos
intelectuales europeos para desmarcarse del “socialismo
burocrático” de la URSS puede darnos ciertas pistas. En ese caso,
lo que se plantea es que el socialismo consiga sus objetivos en
cierta pluralidad, de carácter participativo, abierto y
no-represivo. Y por otra parte, que su eje central sea la democracia
como característica de los procesos que abre: democratización de la
sociedad, democratización del estado, democratización de la
economía, etc. Ralph Miliband o Nicos Poulantzas tendrán claro que
un proceso de “socialización” de los medios de producción no
puede partir “socializando” las cosas en una dirección única, a
saber, la del
estado.
No basta con traspasar, por así decirlo, la propiedad privada al
estado y desde ahí ejercer la labor redistributiva. No se trata de
cargar el proceso de apropiación de los productos del trabajo al
estado como
reflejo de la ciudadanía,
sino que la ciudadanía misma tiene que tomar lugar en el proceso de
socialización. Aunque no se habla de socialismo autogestionario, a
la yugoslava,
si se dice “democrático” en el sentido de que existe
participación directa de los productores en la transición del
capitalismo al socialismo, o si se quiere, al comunismo. Esta
noción de socialismo democrático se encuentra, de este modo, en
sintonía plena con el anti-estatismo que está en el corazón del
marxismo clásico, desde Marx hasta Gramsci.
Por
otro lado, al decir “ruptura democrática”, estamos diciendo que
el desajuste
estructural
que comprende una coyuntura revolucionaria, está atravesado por la
lucha por la democracia, por el “gobierno de la multitud para la
multitud y por la multitud”. Expliquemos esta última cuestión.
¿Que es una multitud democrática? En primer lugar, obviamente, es
una multitud.
Y una multitud
no es un pueblo,
que se caracteriza por estar asociado al concepto de pueblo-nación,
al concepto más general de “soberanía” o voluntad soberana del
pueblo entendida como “identidad”, como igualdad de cierta gente
con sus pares, etc. El concepto de multitud remite a una
multiplicidad,
y proviene no de Negri y Paul Virno, como pensarán algunos
compañeros al verlo utilizado aquí, sino de Hobbes y Spinoza.2
Desde luego, que se trate de una multitud democrática quiere decir
que existe una multiplicidad de “sujetos” (de nuevo, usamos este
concepto a falta de uno más exacto en relación a las formas de
subjetividad que adquieren las clases subalternas) que luchan por
rupturas
democráticas
locales o regionales. Ejemplo: en 1994 el PC chileno planteaba que la
revolución democrática (proceso análogo e inserto en el de
unidad-de-ruptura democrática) sería posible debido a la emergencia
de una lucha múltiple: “La
unidad de las fuerzas de avanzada, de izquierda y del progresismo
antisistema; la combinación de distintas formas de lucha de masas en
las batallas políticas, junto a la independencia política del
partido” darían luz al efecto “revolución democrática”. Me
parece que en este tono las cosas siguen estando claras; la unidad de
ruptura sólo se produce por la “combinación” de distintas
luchas de masa, cuya unificación
depende del carácter “antisistema” (antineoliberal) que posean.
De
esta manera, la primera “bajada concreta” que tenemos para esa
dupla conceptual aparentemente abstracta de “unidad de
ruptura-ruptura democrática” es la
lucha.
Una unidad de ruptura democrática se sitúa justo
en el seno de las luchas
y su propio accionar está inmerso en ese campo de luchas. Digamoslo
exactamente: la ruptura democrática se produce en el orden de la
lucha de clases, es una expresión desatada o crítica del conflicto
de clases. Es, para decirlo en un lenguaje althusseriano, un efecto
del proceso estructural de la lucha de clases, un efecto que se da en
el orden de las prácticas
políticas de las clases en lucha.
Aquí
caben algunas acotaciones atingentes a nuestro propio “presente
histórico”. No
hay ruptura democrática en
un proceso de reconfiguración de la hegemonía de las clases
dominantes: de
desplazamiento
del
índice de
hegemonía
al interior de un bloque
en el poder.
Gramsci entiende los procesos de reconfiguración de la hegemonía de
las clases dominantes, bajo el concepto de revolución
pasiva.
Una revolución pasiva es un período de concesiones realizadas por
la clase dominante, o
por una fracción de ella,
para no perder su hegemonía, o inclusive, para desplazar a otro
segmento o fracción de la clase dominante del lugar hegemónico, y
utilizar a su favor las fuerzas del pueblo. Estos períodos son
altamente oscuros
en su interpretación,
y pueden llevar a las fuerzas de izquierda a confusiones
de diversa índole. Un ejemplo típico de estas
confusiones,
es la consideración de un proceso de revolución pasiva como una
unidad de ruptura. Esta confusión puede terminar arrastrando al
instrumento político de las clases explotadas (tome
o no la forma moderna de
partido) a un endosamiento general, a una absorsión, en el aparato
de estado. En realidad, lo que corresponde en los largos períodos de
revolución pasiva, que casi siempre coinciden con un reflujo en la
conciencia de masas, es la ubicación del instrumento revolucionario
en el seno de
donde se producirán las luchas,
es decir, en los distintos niveles que adquiere la contradicción
principal capital-trabajo, en los espacios donde esa contradicción
aparece
ya sea en su forma desnuda (como en una fábrica) o en sus formas,
por así decirlo, “sobredeterminadas”, secundarias o
no-principales3,
como en una escuela o en una comunidad mapuche. Conviene señalarlo,
el PC también entedió este aspecto estratégico de la acción
revolucionaria en períodos de
reflujo
bajo el concepto de “viraje” hacia el pueblo.
No
hay que perder de vista que una “unidad de ruptura” no se produce
jamás “por arriba” digamos, en el nivel de la superestructura
política. No se produce nunca en lo que Luis Corvalán llamaba el
“vértice” político, las alianzas inter-partidarias y los
procesos electorales. ¡Claro que necesita de estos procesos de
alianzas y del barómetro electoral, así como de los propios
espacios institucionales que el estado burgués proporciona para ser
copados
o utilizados!, pero no hay que confundir esos esfuerzos con la
ruptura misma. En ese sentido, una “revolución democrática”,
una unidad-de-ruptura que termina favorablemente para las fuerzas de
la clase explotada, no se produce como efecto de un proceso
electoral. Antes bien, ese
proceso es el reflejo efectivo
de la unidad-de-ruptura que “se está” produciendo. Creo que por
eso el documento del PC que acabamos de citar mantiene una filiación
aparentemente dogmática u ortodoxa con el concepto de “independencia
política” del partido. “Independencia política” no quiere
decir aquí mantenerse
al margen
de las alianzas con otras fuerzas políticas o directamente facciones
de clase, como en el concepto trotskista de “independencia de
clase” (la peor bancarrota teórica de la historia del marxismo).
Quiere decir, más exactamente, que el partido debe mantener su
autonomía
respecto a otras fuerzas, estén estas situadas en el vértice
político, en la composición de clase de la formación social dada,
o mejor aun, en
el mismo aparato de estado,
entendiendo que el estado, para los marxistas, es el concepto
determinante de lo político. Independencia entonces, en el sentido
de no subsumir
esa fuerza,
no fusionarla
con otras fuerzas políticas y ¡menos aun! (esto no lo entendieron
nunca los soviéticos) con el estado: la fusión partido-estado es lo
más funesto para la lucha por la emancipación del trabajo.
En
este sentido es posible decir que la política de “ruptura
democrática” no tiene nada que ver con la antigua política de
“revolución democrático-burguesa” como primer paso de la
“revolución socialista”. Esta forma economicista-etapista de
estrategia política ya comprobó sus deficiencias, aunque claramente
de ella se pueden extraer elementos positivos. Dejemos estos
elementos positivos de lado, para centrarnos en lo que diferencia la
ruptura democrática de la política frentepopulista. En primer lugar
(1) el frentepopulismo no se sitúa en el seno de las luchas
sino que, justamente, parte de la premisa de que por motivos
“económicos” (de progreso económico) es necesario hacer
vista gorda
de una de esas luchas, a saber, la lucha entre el proletariado y la
llamada “burguesía nacional” para aliarse con ese segmento de
clase aparentemente “más bueno” que el resto de la burguesía.
En segundo lugar (2) el frentepopulismo tiene objetivos
predominantemente electorales, a diferencia de la política de
ruptura democrática que, en la tradición de Recabarren, considera
que lo electoral es una faceta
del conjunto de las luchas, sin predominios o privilegios de ningún
tipo. Por último (3) el frentepopulismo consideraba que el gobierno
del frente popular, la alianza gubernamental-estatal entre la
burguesía nacional y el proletariado, debía ser una “etapa”
para la realización posterior
de la revolución socialista. La política de ruptura democrática,
en cambio, no se comprende como una etapa
previa
a la lucha por el socialismo: es la lucha por el socialismo
convertida en estrategia, o sea, en un programa de acción ante la
actual coyuntura neoliberal. La revolución democrática no es, para
decirlo más claro, la nacionalización de los hidrocarburos, sino el
momento en que la construcción del socialismo (que obviamente
incluye la nacionalización de los hidrocarburos) se hace posible por
un cambio en la correlación de fuerzas, cambio producido gracias a
una coyuntura o “momento actual” (Lenin) de unidad
de ruptura.
En ese sentido se puede plantear que la revolución democrática
posibilita la aplicación de grandes medidas antineoliberales en la
economía, la política y la sociedad. O sea, la aplicación del
programa de la
multitud democrática
y no del programa del pacto frente-popular, o de cualquier otro.
Para
enunciarlo resumidamente: la política de ruptura democrática es una
política revolucionaria, cuyo objetivo central es crear una “unidad
de ruptura” en el seno del modelo neoliberal, un “desajuste”
entre la ciudadanía-multitud
y el estado, mediante la lucha de la multitud democrática, en el
seno de
la lucha de clases, para la construcción de una sociedad socialista.
Antes de terminar, añadir sucintamente que esto no tiene nada que
ver con la estrategia del “doble poder”, o del “poder
paralelo”, en Chile internalizada bajo el concepto ambiguo de
“poder popular”. Este sigue siendo uno de los modos en que la
multitud democrática organiza su poder, sus potencialidades y sus
instrumentos de lucha frente al gobierno, frente al estado y
obviamente, frente a
la burguesía en tanto clase patronal.
Pero está claro que no habrá auténtica ruptura democrática si no
se produce no solamente contra
el estado, sino también en
el
estado, en el seno de sus organismos, sus instituciones y sus
dispositivos. Lo que significa copar todos los espacios del poder
burgués, del estado neoliberal, que no cumplan la función de
subsumir a las fuerzas de izquierda y neutralizar su acción política
o redirigirla al estado: cargos de elección popular,
fundamentalmente, pero también dispositivos u organizaciones que
rodean al estado a nivel local o nacional, el mundo de lo que la
ciencia política contemporánea llama “sociedad civil”, desde
las juntas de vecinos hasta los llamados “centros de pensamiento”.
No se trata solo
de crear la ilusión
ideológica
de un contra-estado, sino de la lucha por el poder-de-estado, en
todos los niveles que, insisto, no impliquen la subsunción y
coptación. Más claramente: en todos los niveles en los que el
estado no
actúa como patrón
o jefe directo.4
En este sentido, la política de ruptura democrática actúa más
rodeando
al estado que contraponiéndole un contra-estado que, en todo caso,
tiene eficacia histórica en momentos donde el carácter predominante
de la soberanía estatal es el autoritarismo.
Sabemos que los dispositivos y el despliegue hegemónico del estado
actual no permite este contra-estado más que marginalmente,
y reponiendo amplias zonas de contacto y coptación mediante la
administración de presupuestos y la burocratización del
asistencialismo.
Solo
una última cuestion, para cerrar. Se trata de la pertinencia de la
política de ruptura democrática hoy. La política de ruptura y
revolución democrática es una que comprende las tareas de la
izquierda como inmersas
en el campo de las luchas, en el campo inacabable de la lucha de
clases, y que proporciona una vía
democrática al socialismo
en la reconstrucción de la “potencia” de este campo de luchas.
Es esta la única que puede ser aplicada en Chile por las fuerzas
antineoliberales. Su potencialidad reside en su inteligencia, en la
capacidad que tiene para adaptarse
de manera flexible
a las formas complejas que adquiere la coyuntura en el
neoliberalismo. Por otra parte, sólo situándonos en esa política y
a través de ella, podremos enfrentar la subsunción, el endosamiento
y la coptación de cierta parte de la izquierda en
y
por
el aparato gubernamental, por su ideología, su burocracia y sus
técnicas de aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias. Pero para
recrear, o reconstruir recreativamente la política de ruptura
democrática, primero tenemos que habernosla con el otro problema
histórico de la izquierda: la disposición de un instrumento de
lucha adecuado. Probablemente, el primer paso será la unidad diversa
de las fuerzas de izquierda, que son fuerzas que enfrentan la muerte
neoliberal y sus múltiples consecuencias. Sin ese “mínimo común”
no habrá ningún múltiplo, ninguna política de ruptura
democrática: habrán rupturas aisladas, quizás, pero no tomarán la
forma ordenada de una política
revolucionaria.
Para eso, es preciso disponerse a unificar, y a luchar, una vez más,
por el poder: por el poder-de-estado y por el poder-popular, uno sin
el otro no nos sirven de nada. Sólo
de este modo la multitud prefigurará una nueva potencia
revolucioanaria dispuesta a irrumpir en lo que Marx llamaba la
“escena política”, mediante una estrategia y unas capacidades
tácticas renovadas frente a una izquierda vieja, que se disuelve en
el aparato estatal y en esa vieja-nueva alianza de clases
proto-hegemónicas que constituyen la “nueva” mayoría.
1Es
necesario hacer una distinción rigurosa aquí entre historiografía
e historia. Está
demás mencionar el esfuerzo de algunos historiadores por salir del
paradigma historicista y hacer un análisis científico de los
acontecimientos históricos, es decir, un análisis complejo.
2Negri
ha hecho un uso eficiente del concepto, y abre posibilidades a la
teoría revolucionaria. Sin embargo este concepto pertenece a la
teoría regional de lo político, y no a la teoría central del modo
de producción capitalista, teoría que no puede prescindir de
conceptos como el de clase obrera, proletariado y burguesía, etc.
Negri no lo cree así, y en eso consiste su impotencia teórica, en
no poder explicar el
capitalismo
sin prescindir de cierta sutura o saturación de los términos
políticos en el análisis riguroso del todo social.
3Remito
aquí a los ya conocidos textos de Althusser Contradicción y
sobredeterminación y al
clásico de Mao Tse Tung sobre la contradicción
4Ejemplo:
Ser “director” de una unidad de cierto aparato de estado (un
municipio, p.e.), no sirve de nada porque la dirección del trabajo
realizado por ese director
está ya determinada por la política de la clase que ocupa,
mediante sus fuerzas actuantes (partidos) el espacio donde se está
inserto. En el fondo, se es “empleado” no sólo del estado
directamente, sino también de la clase que ocupa ese aparato. En
resumen, no sirve de nada acumular funcionarios
en el aparato estatal. Poulantzas nunca aclaró esto, pero sería
bueno estudiar el problema en sus textos.