domingo, 22 de junio de 2014

Ruptura democrática


La izquierda y el desafío de una estrategia para un nuevo Chile

En el primer caso, se trata de aplicar una concepción jurídica y electoralista (…) En el segundo caso, se trata de una concepción que, respetando el pluralismo e implicando contactos jurídicos en “la cumbre”, compromete directamente al partido en la lucha de masas para extender su audiencia y conquistar posiciones más amplias (…) La cuestión, en definitiva, es la de la primacía: primacía del contrato o primacía del combate”

Louis Althusser, “Lo que no puede durar en el Partido Comunista”

El concepto de “ruptura democrática” remite a una unidad. Esa es nuestra primera premisa. Con unidad, en este caso, no nos referimos a una individualidad ni tampoco a la unión de ciertas fuerzas, sino simultáneamente a las dos cosas: a un período histórico individualizado (a una coyuntura) y a la conjunción de ciertos elementos en esa coyuntura. Diremos, en primer lugar, que “ruptura democrática” es el nombre que se le da, exactamente, a una unidad de ruptura, a una coyuntura histórica individualizada en la que confluyen o se unen una serie de relaciones de fuerzas, problemas, y más exactamente, contradicciones. Una “unidad de ruptura” es en ese sentido una fusión de contradicciones sociales en un período determinado, que permiten la ruptura y la crisis, el desajuste entre los distintos niveles que componen el todo social.

Una unidad de ruptura queda asociada, de este modo, a cierto cúmulo de acontecimientos históricos: Chile 1969-1973, Rusia 1905, Bolivia 2001-2005, etc. Sin embargo, lo que justamente señala el concepto, es que no basta jamás con evidenciar los acontecimientos históricos para comprender la naturaleza de lo que en la tradición leninista se conoce como “período reviolucionario” (unidad de ruptura). La historia1, por si sola, no explica nada, no entrega recetas, y menos constituye análisis científicos de la realidad concreta: es un modo de registro auxiliar en la teoría del todo. Hay que ir más allá. En ese sentido Lenin decía, en la víspera de esa “unidad de ruptura” que constituyó la Rusia zarista de 1905, que una revolución se produce como efecto de dos procesos; el descontento de las grandes masas y la crisis estructural del estado capitalista (“los de arriba ya no pueden” seguir gobernando como antes lo hacían). La explicación de Lenin no debe su exactitud al hecho de que ponga sobre la mesa, por así decirlo, una fórmula secreta para entender el acontecimiento revolucionario. Las consecuencias de esta afirmación deben ser buscadas en otro lugar, en la teoría del estado del modo de producción capitalista. Lenin dice exactamente; no basta con que ya no se quiera, el querer es un aporte invaluable pero no sustituye la realidad, no basta con nuestros “deseos” (cuestión en la que Lenin insiste en otros textos), tiene que haber un proceso estructural de “desconcierto” político, tiene que predominar la situación de crisis. Diremos, entonces dos cosas: (1) que la unidad de ruptura está referida predominantemente a lo político, y en última instancia a lo económico (crisis económico-política), y (2) que tiene que ver con cierto desajuste estructural además de la voluntad de las grandes masas.

El concepto mismo de “ruptura democrática” nos engarza al tema político como ningún otro. En efecto, al introducir la palabra “democrática” al lado de “ruptura”, se nos reenvía de forma privilegiada al sitio de lo político, al lugar de la “democracia”. ¿Qué sería, en este caso, una unidad de ruptura cuyo carácter sea democrático? El concepto de “socialismo democrático” que utilizaron algunos intelectuales europeos para desmarcarse del “socialismo burocrático” de la URSS puede darnos ciertas pistas. En ese caso, lo que se plantea es que el socialismo consiga sus objetivos en cierta pluralidad, de carácter participativo, abierto y no-represivo. Y por otra parte, que su eje central sea la democracia como característica de los procesos que abre: democratización de la sociedad, democratización del estado, democratización de la economía, etc. Ralph Miliband o Nicos Poulantzas tendrán claro que un proceso de “socialización” de los medios de producción no puede partir “socializando” las cosas en una dirección única, a saber, la del estado. No basta con traspasar, por así decirlo, la propiedad privada al estado y desde ahí ejercer la labor redistributiva. No se trata de cargar el proceso de apropiación de los productos del trabajo al estado como reflejo de la ciudadanía, sino que la ciudadanía misma tiene que tomar lugar en el proceso de socialización. Aunque no se habla de socialismo autogestionario, a la yugoslava, si se dice “democrático” en el sentido de que existe participación directa de los productores en la transición del capitalismo al socialismo, o si se quiere, al comunismo. Esta noción de socialismo democrático se encuentra, de este modo, en sintonía plena con el anti-estatismo que está en el corazón del marxismo clásico, desde Marx hasta Gramsci.

Por otro lado, al decir “ruptura democrática”, estamos diciendo que el desajuste estructural que comprende una coyuntura revolucionaria, está atravesado por la lucha por la democracia, por el “gobierno de la multitud para la multitud y por la multitud”. Expliquemos esta última cuestión. ¿Que es una multitud democrática? En primer lugar, obviamente, es una multitud. Y una multitud no es un pueblo, que se caracteriza por estar asociado al concepto de pueblo-nación, al concepto más general de “soberanía” o voluntad soberana del pueblo entendida como “identidad”, como igualdad de cierta gente con sus pares, etc. El concepto de multitud remite a una multiplicidad, y proviene no de Negri y Paul Virno, como pensarán algunos compañeros al verlo utilizado aquí, sino de Hobbes y Spinoza.2 Desde luego, que se trate de una multitud democrática quiere decir que existe una multiplicidad de “sujetos” (de nuevo, usamos este concepto a falta de uno más exacto en relación a las formas de subjetividad que adquieren las clases subalternas) que luchan por rupturas democráticas locales o regionales. Ejemplo: en 1994 el PC chileno planteaba que la revolución democrática (proceso análogo e inserto en el de unidad-de-ruptura democrática) sería posible debido a la emergencia de una lucha múltiple: “La unidad de las fuerzas de avanzada, de izquierda y del progresismo antisistema; la combinación de distintas formas de lucha de masas en las batallas políticas, junto a la independencia política del partido” darían luz al efecto “revolución democrática”. Me parece que en este tono las cosas siguen estando claras; la unidad de ruptura sólo se produce por la “combinación” de distintas luchas de masa, cuya unificación depende del carácter “antisistema” (antineoliberal) que posean.

De esta manera, la primera “bajada concreta” que tenemos para esa dupla conceptual aparentemente abstracta de “unidad de ruptura-ruptura democrática” es la lucha. Una unidad de ruptura democrática se sitúa justo en el seno de las luchas y su propio accionar está inmerso en ese campo de luchas. Digamoslo exactamente: la ruptura democrática se produce en el orden de la lucha de clases, es una expresión desatada o crítica del conflicto de clases. Es, para decirlo en un lenguaje althusseriano, un efecto del proceso estructural de la lucha de clases, un efecto que se da en el orden de las prácticas políticas de las clases en lucha.

Aquí caben algunas acotaciones atingentes a nuestro propio “presente histórico”. No hay ruptura democrática en un proceso de reconfiguración de la hegemonía de las clases dominantes: de desplazamiento del índice de hegemonía al interior de un bloque en el poder. Gramsci entiende los procesos de reconfiguración de la hegemonía de las clases dominantes, bajo el concepto de revolución pasiva. Una revolución pasiva es un período de concesiones realizadas por la clase dominante, o por una fracción de ella, para no perder su hegemonía, o inclusive, para desplazar a otro segmento o fracción de la clase dominante del lugar hegemónico, y utilizar a su favor las fuerzas del pueblo. Estos períodos son altamente oscuros en su interpretación, y pueden llevar a las fuerzas de izquierda a confusiones de diversa índole. Un ejemplo típico de estas confusiones, es la consideración de un proceso de revolución pasiva como una unidad de ruptura. Esta confusión puede terminar arrastrando al instrumento político de las clases explotadas (tome o no la forma moderna de partido) a un endosamiento general, a una absorsión, en el aparato de estado. En realidad, lo que corresponde en los largos períodos de revolución pasiva, que casi siempre coinciden con un reflujo en la conciencia de masas, es la ubicación del instrumento revolucionario en el seno de donde se producirán las luchas, es decir, en los distintos niveles que adquiere la contradicción principal capital-trabajo, en los espacios donde esa contradicción aparece ya sea en su forma desnuda (como en una fábrica) o en sus formas, por así decirlo, “sobredeterminadas”, secundarias o no-principales3, como en una escuela o en una comunidad mapuche. Conviene señalarlo, el PC también entedió este aspecto estratégico de la acción revolucionaria en períodos de reflujo bajo el concepto de “viraje” hacia el pueblo.

No hay que perder de vista que una “unidad de ruptura” no se produce jamás “por arriba” digamos, en el nivel de la superestructura política. No se produce nunca en lo que Luis Corvalán llamaba el “vértice” político, las alianzas inter-partidarias y los procesos electorales. ¡Claro que necesita de estos procesos de alianzas y del barómetro electoral, así como de los propios espacios institucionales que el estado burgués proporciona para ser copados o utilizados!, pero no hay que confundir esos esfuerzos con la ruptura misma. En ese sentido, una “revolución democrática”, una unidad-de-ruptura que termina favorablemente para las fuerzas de la clase explotada, no se produce como efecto de un proceso electoral. Antes bien, ese proceso es el reflejo efectivo de la unidad-de-ruptura que “se está” produciendo. Creo que por eso el documento del PC que acabamos de citar mantiene una filiación aparentemente dogmática u ortodoxa con el concepto de “independencia política” del partido. “Independencia política” no quiere decir aquí mantenerse al margen de las alianzas con otras fuerzas políticas o directamente facciones de clase, como en el concepto trotskista de “independencia de clase” (la peor bancarrota teórica de la historia del marxismo). Quiere decir, más exactamente, que el partido debe mantener su autonomía respecto a otras fuerzas, estén estas situadas en el vértice político, en la composición de clase de la formación social dada, o mejor aun, en el mismo aparato de estado, entendiendo que el estado, para los marxistas, es el concepto determinante de lo político. Independencia entonces, en el sentido de no subsumir esa fuerza, no fusionarla con otras fuerzas políticas y ¡menos aun! (esto no lo entendieron nunca los soviéticos) con el estado: la fusión partido-estado es lo más funesto para la lucha por la emancipación del trabajo.

En este sentido es posible decir que la política de “ruptura democrática” no tiene nada que ver con la antigua política de “revolución democrático-burguesa” como primer paso de la “revolución socialista”. Esta forma economicista-etapista de estrategia política ya comprobó sus deficiencias, aunque claramente de ella se pueden extraer elementos positivos. Dejemos estos elementos positivos de lado, para centrarnos en lo que diferencia la ruptura democrática de la política frentepopulista. En primer lugar (1) el frentepopulismo no se sitúa en el seno de las luchas sino que, justamente, parte de la premisa de que por motivos “económicos” (de progreso económico) es necesario hacer vista gorda de una de esas luchas, a saber, la lucha entre el proletariado y la llamada “burguesía nacional” para aliarse con ese segmento de clase aparentemente “más bueno” que el resto de la burguesía. En segundo lugar (2) el frentepopulismo tiene objetivos predominantemente electorales, a diferencia de la política de ruptura democrática que, en la tradición de Recabarren, considera que lo electoral es una faceta del conjunto de las luchas, sin predominios o privilegios de ningún tipo. Por último (3) el frentepopulismo consideraba que el gobierno del frente popular, la alianza gubernamental-estatal entre la burguesía nacional y el proletariado, debía ser una “etapa” para la realización posterior de la revolución socialista. La política de ruptura democrática, en cambio, no se comprende como una etapa previa a la lucha por el socialismo: es la lucha por el socialismo convertida en estrategia, o sea, en un programa de acción ante la actual coyuntura neoliberal. La revolución democrática no es, para decirlo más claro, la nacionalización de los hidrocarburos, sino el momento en que la construcción del socialismo (que obviamente incluye la nacionalización de los hidrocarburos) se hace posible por un cambio en la correlación de fuerzas, cambio producido gracias a una coyuntura o “momento actual” (Lenin) de unidad de ruptura. En ese sentido se puede plantear que la revolución democrática posibilita la aplicación de grandes medidas antineoliberales en la economía, la política y la sociedad. O sea, la aplicación del programa de la multitud democrática y no del programa del pacto frente-popular, o de cualquier otro.

Para enunciarlo resumidamente: la política de ruptura democrática es una política revolucionaria, cuyo objetivo central es crear una “unidad de ruptura” en el seno del modelo neoliberal, un “desajuste” entre la ciudadanía-multitud y el estado, mediante la lucha de la multitud democrática, en el seno de la lucha de clases, para la construcción de una sociedad socialista. Antes de terminar, añadir sucintamente que esto no tiene nada que ver con la estrategia del “doble poder”, o del “poder paralelo”, en Chile internalizada bajo el concepto ambiguo de “poder popular”. Este sigue siendo uno de los modos en que la multitud democrática organiza su poder, sus potencialidades y sus instrumentos de lucha frente al gobierno, frente al estado y obviamente, frente a la burguesía en tanto clase patronal. Pero está claro que no habrá auténtica ruptura democrática si no se produce no solamente contra el estado, sino también en el estado, en el seno de sus organismos, sus instituciones y sus dispositivos. Lo que significa copar todos los espacios del poder burgués, del estado neoliberal, que no cumplan la función de subsumir a las fuerzas de izquierda y neutralizar su acción política o redirigirla al estado: cargos de elección popular, fundamentalmente, pero también dispositivos u organizaciones que rodean al estado a nivel local o nacional, el mundo de lo que la ciencia política contemporánea llama “sociedad civil”, desde las juntas de vecinos hasta los llamados “centros de pensamiento”. No se trata solo de crear la ilusión ideológica de un contra-estado, sino de la lucha por el poder-de-estado, en todos los niveles que, insisto, no impliquen la subsunción y coptación. Más claramente: en todos los niveles en los que el estado no actúa como patrón o jefe directo.4 En este sentido, la política de ruptura democrática actúa más rodeando al estado que contraponiéndole un contra-estado que, en todo caso, tiene eficacia histórica en momentos donde el carácter predominante de la soberanía estatal es el autoritarismo. Sabemos que los dispositivos y el despliegue hegemónico del estado actual no permite este contra-estado más que marginalmente, y reponiendo amplias zonas de contacto y coptación mediante la administración de presupuestos y la burocratización del asistencialismo.

Solo una última cuestion, para cerrar. Se trata de la pertinencia de la política de ruptura democrática hoy. La política de ruptura y revolución democrática es una que comprende las tareas de la izquierda como inmersas en el campo de las luchas, en el campo inacabable de la lucha de clases, y que proporciona una vía democrática al socialismo en la reconstrucción de la “potencia” de este campo de luchas. Es esta la única que puede ser aplicada en Chile por las fuerzas antineoliberales. Su potencialidad reside en su inteligencia, en la capacidad que tiene para adaptarse de manera flexible a las formas complejas que adquiere la coyuntura en el neoliberalismo. Por otra parte, sólo situándonos en esa política y a través de ella, podremos enfrentar la subsunción, el endosamiento y la coptación de cierta parte de la izquierda en y por el aparato gubernamental, por su ideología, su burocracia y sus técnicas de aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias. Pero para recrear, o reconstruir recreativamente la política de ruptura democrática, primero tenemos que habernosla con el otro problema histórico de la izquierda: la disposición de un instrumento de lucha adecuado. Probablemente, el primer paso será la unidad diversa de las fuerzas de izquierda, que son fuerzas que enfrentan la muerte neoliberal y sus múltiples consecuencias. Sin ese “mínimo común” no habrá ningún múltiplo, ninguna política de ruptura democrática: habrán rupturas aisladas, quizás, pero no tomarán la forma ordenada de una política revolucionaria. Para eso, es preciso disponerse a unificar, y a luchar, una vez más, por el poder: por el poder-de-estado y por el poder-popular, uno sin el otro no nos sirven de nada. Sólo de este modo la multitud prefigurará una nueva potencia revolucioanaria dispuesta a irrumpir en lo que Marx llamaba la “escena política”, mediante una estrategia y unas capacidades tácticas renovadas frente a una izquierda vieja, que se disuelve en el aparato estatal y en esa vieja-nueva alianza de clases proto-hegemónicas que constituyen la “nueva” mayoría.


1Es necesario hacer una distinción rigurosa aquí entre historiografía e historia. Está demás mencionar el esfuerzo de algunos historiadores por salir del paradigma historicista y hacer un análisis científico de los acontecimientos históricos, es decir, un análisis complejo. 
 
2Negri ha hecho un uso eficiente del concepto, y abre posibilidades a la teoría revolucionaria. Sin embargo este concepto pertenece a la teoría regional de lo político, y no a la teoría central del modo de producción capitalista, teoría que no puede prescindir de conceptos como el de clase obrera, proletariado y burguesía, etc. Negri no lo cree así, y en eso consiste su impotencia teórica, en no poder explicar el capitalismo sin prescindir de cierta sutura o saturación de los términos políticos en el análisis riguroso del todo social. 
 
3Remito aquí a los ya conocidos textos de Althusser Contradicción y sobredeterminación y al clásico de Mao Tse Tung sobre la contradicción

4Ejemplo: Ser “director” de una unidad de cierto aparato de estado (un municipio, p.e.), no sirve de nada porque la dirección del trabajo realizado por ese director está ya determinada por la política de la clase que ocupa, mediante sus fuerzas actuantes (partidos) el espacio donde se está inserto. En el fondo, se es “empleado” no sólo del estado directamente, sino también de la clase que ocupa ese aparato. En resumen, no sirve de nada acumular funcionarios en el aparato estatal. Poulantzas nunca aclaró esto, pero sería bueno estudiar el problema en sus textos.

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