No tenemos una claridad sobre la actual coyuntura y sus desafíos, por la falta de claridad teórica sobre el problema del Estado
Nos enfrentamos a una
coyuntura en la que la izquierda tiene la oportunidad histórica de ir “copando”
espacios de dirección y gobernanza estatal, para poner a andar esos
“engranajes” en función de los objetivos de la lucha por el socialismo. Y sin
embargo, enfrentamos esa coyuntura sin una claridad teórica respecto al triple
problema que implica el actual desafío; el problema de la vinculación del
Partido con el Estado, del Estado con las “masas” y las clases populares, y de
las clases populares con el propio Partido. Sea o no un partido el que llegue a ocupar puestos en la superestructura
estatal burguesa, es evidente que aun una alianza
o bloque con vocación hegemónica y socialista que aspire a obtener cuotas
de poder en el estado neoliberal, se comporta, en los hechos, como Partido. Por eso diremos que, en rigor,
cuando las fuerzas revolucionarias que actúan en la sociedad pretenden disputar
espacios de poder ubicados en la superestructura estatal burguesa, nos
enfrentamos al problema general de la lucha por el Poder o la “estrategia”, por
lo tanto al problema político de la conquista del poder por parte del Partido
revolucionario.
No es un marasmo ni un dogmatismo
plantear las cosas de esta manera. Asumir los nombres propios del problema al
que nos enfrentamos era una práctica común para el marxismo en la primera mitad
del siglo XX; a nadie se le hubiese ocurrido, en el contexto de El Capital, llamar al proletariado
“pueblo pobre” porque, evidentemente, a nuestros antecesores políticos la falta
de rigor teórico les incomodaba mucho más que a nosotros. Ellos sabían que una
equivocación teórica implicaba necesariamente un error político.
Debemos superar el concepto restricto e "instrumental" de Estado heredado del leninismo clásico, aunque partiendo de él
La primera cuestión que
debemos despejar es el tipo de Estado con el que nos encontramos cuando el
Partido accede a algunos de estos “engranajes”, o mejor dicho, dispositivos del
poder estatal. Por lo tanto, la pregunta pasa por la definición del estado como
tal; ¿es el estado una “máquina de opresión” de una clase sobre otra? Como
diría Carlos Nelson Coutinho, esta definición es absolutamente restrictiva;
encuentra sus limitaciones en el hecho práctico de que la burguesía no “posee”
la maquinaria estatal como quien posee una espada, o un arma. Es, de hecho, la
definición clásica que Foucault llamó “jurídico discursiva”, y en la que el
Estado es un poder u objeto poseído por determinada clase, que habría que tomar como quien toma un puesto de
policía. Evidentemente, como marxistas no podemos estar de acuerdo con la
mirada “neutral” del Estado, el Estado es un estado de clase, pero no
vulgarmente. No es la pistola de la burguesía, por más que esta posea “el
monopolio de la violencia”. De hecho, este análisis, como señala Nikos
Poulantzas en su brillante artículo “Preliminares
al estudio de la hegemonía en el estado”, no es marxista en sentido
estricto, ya que constituye una simple extrapolación de la polaridad
burguesía/proletariado – que como se sabe es la consecuencia de un análisis
profundo sobre la acumulación de capital, en el plano político.
La definición del Estado como “máquina
de opresión”, debe ampliarse positivamente porque, de hecho, la pura definición
“negativa” de las cosas es, como dice Mao, idealista. Por otra parte, el acento
en la parte represiva, quita de vista eso que Gramsci denominó “consenso” y que
es parte constitutiva de la actividad estatal. Poulantzas va más lejos y
plantea que “el Estado político no traduce al nivel político los “intereses” de
la clase dominante, sino la relación de
esos intereses con los de las clases dominadas, lo que quiere decir que constituye
precisamente la expresión “política” de los intereses de las clases
dominantes”. Digámoslo de modo más fácil: el Estado burgués “traduce” los
intereses de las clases dominantes en ideología, en “consenso”, en “sentido
común”, o, para decirlo contemporáneamente, en formas de “saber-poder”, en un
poder político integrado en la subjetividad de los individuos. A este aspecto
consensual del estado Poulantzas llamó ‘universalizante’. El estado, para
decirlo en términos aun más marxistas, hace aparecer los intereses particulares
de la clase dominante como intereses universales atingentes a la propia clase
dominada.
Por eso es que no se puede tener,
menos hoy, una mirada restrictiva del Estado, como la que incluso Lenin a veces
retoma en El Estado y la revolución,
un texto clásico en la comprensión del problema.
Sacar lecciones históricas es una práctica leninista, en Chile no hemos tomado en serio esta tesis
Las lecciones extraídas por
Lenin a partir de la experiencia de la revolución de 1848 y la Comuna de París
en Francia, y reflejadas en la hipótesis de que el proletariado habría de “destruir”
la maquinaria estatal inaugurando un nuevo estado de transición “en proceso de
extinción”, pueden ser hoy comparadas con las lecciones que debemos sacar de las
múltiples transformaciones por las que ha pasado el Estado chileno desde 1973’.
Una de las primeras consecuencias de lo que Pablo Ruiz-Tagle llama “República
Neoliberal”, es un desmembramiento del aparato burocrático estatal en múltiples
dispositivos de control, y al mismo tiempo, una jibarización relativa de las tareas estatales en el proceso de “reformas
estructurales” emprendido por Pinochet. Es el caso de la enseñanza primaria y
secundaria, el surgimiento de entidades de educación superior, etc. La tesis
althusseriana de los colegios y universidades como “aparatos ideológicos de
estado” juega un papel central en la comprensión de lo estatal “ampliada”, no
restrictiva, del problema estatal. En efecto, el estado neoliberal chileno
funciona como un todo, como una “totalidad” social neoliberal en la que las
universidades, el “mundo privado” y los servicios “públicos” altamente
privatizados, son aparatos del estado
neoliberal aunque no dependan en los hechos del tronco estatal. La pregunta,
en resumidas cuentas, es ¿a qué tipo de estado nos enfrentamos?
La tarea sigue siendo en el largo plazo destruir el aparato estatal burgués, y en el corto, transformar el estado neoliberal en una guerra de posiciones
Es de suma importancia que
emprendamos una distinción entre Partido y Estado precisa y exigente. Esta
distinción es una necesidad a la luz de los errores del llamado “socialismo
real”, que fusionó Partido y Estado en una amalgama burocrática que,
finalmente, fue una de las causas del desmoronamiento del proyecto
revolucionario en Europa. ¿Sigue siendo correcta la tesis de “destrucción del
aparato estatal”?, y ¿sigue siendo posible la estrategia de la “dualidad de
poderes” como forma de generar el estallido revolucionario? Estas son dos
preguntas que han rondado el debate teórico político en el marxismo
contemporáneo. Pensamos que si, que pese a que el estado sea mucho más que una “máquina
de opresión” al servicio de una clase, su estructura misma debe ser
transformada en función justamente de su
destrucción como aparato estatal burgués. Este camino, sin embargo, es procesual. No hay ningún “acontecimiento”
con mayúsculas, que pueda barrer el aparato estatal en cosa de días, meses o
años.
Lo que hace el modelo estatal
contemporáneo es generar una “red de organismos de masa” (Carlos N. Cautinho) cada
vez más diversificada y plural, cuyo objetivo principal es desplegar la
dimensión ideológica de la dominación del capital. En Chile, el municipio, como
forma local del aparato estatal, es una de las formas en que la reconstrucción
autoritaria del Poder político-estatal llevada a cabo por la dictadura, se
materializa en la “comuna”, unidad administrativa menor a la ciudad. Asimismo,
la red clientelar de organizaciones “de la sociedad civil” que merodean los
aparatos de estado en busca de recursos, constituyen aparatos semi-estateles
(aunque se declaren no-gubernamentales) de baja intensidad. Esta peculiaridad
del estado contemporáneo hace que la tesis gramsciana de la “guerra de
posiciones” como modo de efectuar la lucha revolucionaria, sea absolutamente
correcta, en el contexto en que cada una de estas células estatales constituye
una verdadera “posición” en la que debemos instalarnos. Este tipo de problema nos
lleva a responder la segunda pregunta; ¿es todavía posible la dualidad de
poderes? Como se sabe, la estrategia de los bolcheviques estuvo marcada por
este “poder paralelo” ubicado en el bloque o alianza de clase opuesta al
gobierno de la burguesía. En general, la estrategia socialista ha seguido este
esquema, aunque con una leve inclinación hacia lo militar después de la
revolución China.
El Partido debe mantenerse "a distancia" del Estado neoliberal aunque integre espacios de su edificio, y mantener la doble estrategia de guerra de posiciones en el estado, y conquista de la hegemonía entre las masas y las organizaciones populares
El Estado neoliberal, tal
como está constituido, sigue siendo una expresión de la burguesía trasnacional
en Chile, y como tal, su marco regulatorio y su propia estructura de
funcionamiento, refleja la relación de los intereses de la burguesía con las clases dominadas. Su apariencia de
universalidad y los guiños de ciudadanía que hacen los aparatos de estado de
vez en cuando, hoy se ven resquebrajados con la irrupción del movimiento
social. Es esta situación la que actualiza la estrategia del doble poder, y nos
exige una doble estrategia: de
obtención de espacios de poder en el vórtice estatal, y de generación de
espacios “de doble poder” o de poder popular. Como dice Poulantzas: “El
problema esencial de una vía democrática al socialismo (…) consiste en concebir
una transformación radical del Estado mediante la articulación entre la
ampliación y la profundización de las instituciones de la democracia
representativa, y la explicitación de las formas de democracia por la base y la
proliferación de focos autogestionados”.
Esto implica mantener al Partido a distancia del estado, pero luchando por
controlar espacios de él. Cuadros del nuevo bloque hegemónico debiesen integrar
los aparatos de poder estatal, pero el partido mismo debe mantenerse autónomo de la administración estatal. Y
es más: el partido debe mantener una política de alianzas autónoma de la burguesía, por más que pequeñas concesiones posibiliten
ocupar pequeñas posiciones de poder. Es decir, el avance micropolítico en
materias de administración estatal, así como el acceso a cupos de poder en el
parlamento, no debe ser confundido con la política
de alianzas del bloque hegemónico de las clases dominadas. Por eso es que
la doble estrategia enunciada por Poulantzas tiene sus límites en el plano de
la construcción del nuevo bloque hegemónico. Así como la estrategia leninista
de “usar el garrote” de la máquina de opresión burguesa para oprimir a la
propia burguesía y luego “tirar a la basura” ese garrote para extinguirlo (tal
como está expuesta la cuestión en un bello texto sobre el Estado que escribió
Lenin en 1920), es una simplicidad con un enorme contenido político, pero de
escasa efectividad teórica. De hecho, no fue lo que hicieron los bolcheviques
en el poder: ellos se dieron cuenta al poco andar como el “garrote” de la “máquina
de opresión” se volvía contra ellos. La función del Partido es reconstruir el
bloque hegemónico y edificar una base popular organizada que pueda sostener el
proyecto socialista, conquistar la hegemonía
en el seno de las masas; la integración de espacios de poder en el Estado
neoliberal sigue estando al servicio de esa función general, y no viceversa. El
Partido es un instrumento de lucha por el socialismo, no un trampolín para
llegar al Estado neoliberal dejándolo intacto.
La izquierda no se ha recompuesto de la derrota de la dictadura, ni existe un "bloque hegemónico". Sin la reconstrucción de ese proyecto no hay socialismo posible
Indicamos un camino de cierta
“pureza”, quizás. Esa es la pureza del espacio partidario, que debe actuar en
varios frentes. Volvemos al principio, a la triple cuestión que implica
disputar espacios de poder en el estado neoliberal: (1) relación del Partido
con el Estado, que debe ser de integración, pero de mantención absoluta de la autonomía de lo partidario como tal, (2)
relación del Estado con las “masas”, en la que los múltiples dispositivos
micropolíticos, segmentados y flexibles del estado neoliberal posmoderno deben
ser “inundados” de contenido socialista, lo que tarde o temprano desatará una
contradicción entre las “relaciones de producción de la política” comunista y
el “modo de producción de la política” neoliberal y (3) la relación de las
clases subalternas con el Partido,
que debe seguir constituyendo órganos de autogestión y poder popular,
propiciando la construcción de un nuevo “frente único” o “bloque hegemónico” de
las clases subalternas, antineoliberal y profundamente revolucionario. Lejos,
el problema siempre seguirá siendo el de la estrategia del Partido, la guerra
de posiciones en los órganos de democracia representativa no nos exime de la
guerra de posiciones políticas en el
vínculo imprescindible con las masas.
Mientras la izquierda no se
recomponga en Chile como “bloque hegemónico”, integrando en su seno a las
organizaciones populares y avanzando en la generación de una explanada de “alianzas
por la base” con la clase obrera y el conjunto de los oprimidos, y “alianzas
por el vértice” con fuerzas políticas antineoliberales, no habrá en Chile proyecto socialista. La reconstrucción de este
proyecto depende del “uso político” que demos a la triple relación mencionada.
Por ahora, recibir las espadas melladas de la burguesía sin un bloque social-popular
puede implicar incluso absorber la totalidad de las fuerzas partidarias en la
selva de la gestión neoliberal, en vez de salvaguardar a nuestros cuadros, que
son pocos, en la reconstrucción del bloque hegemónico socialista y
antineoliberal que Chile requiere.