martes, 28 de mayo de 2013

Izquierda descafeinada/Izquierda socialista


En uno de los textos más provocativos de su última producción teórica, el filósofo esloveno Slavoj Zizek constata como característica radical del capitalismo de la última época la existencia de objetos desprovistos de su esencia. La existencia del “café descafeinado”, las cervezas sin alcohol, la leche sin lactosa y otros objetos desprovistos de su “esencia maligna”. Algo así como (otro tema de la elucubración zizekiana) un kínder sorpresa que, al ser abierto por la criatura ansiosa, no tuviese en su interior aquello que enuncia: el juguete esencial. Asimismo, Isaac Asimov, en sus maravillosos libros sobre ciencia ficción, imaginaba la recuperación de la esencia humana por parte de un ser-humano descafeinado, un robot que cumplía con todas las reglas de la acción humana y que actuaba bajo una especie de máxima kantiana en la persecusión de sus fines: la recuperación o el acceso a una esencia vedada. Es justamente este el tipo de problema 'estructural' que tiene hoy la izquierda chilena – siguiendo en este punto, como en otros, el extraño camino de la izquierda europea: se trata cada vez más de una “izquierda descafeinada”. La sorpresa en su interior se encuentra en proceso de extinción pleno: la desintegración del marxismo es un riesgo real. Se trata, en todo caso, un proceso de extinción que, como todo proceso de “pérdida de lo esencial”, tiene que llegar alguna vez al fenómeno, a la práctica política de la izquierda.
Hoy día nos hayamos en una situación en la que el retorno a la escena del marxismo es nuevamente suspendido. Y esto, atentos, no es por que haya una renuncia al “camino de la revolución” por parte de la izquierda – particularmente en Chile, como pretenden algunos nostálgicos, sino porque en la contingencia política y teórica la instalación de las consignas propias de la izquierda marxista se hace extremadamente difícil. Empero, es esta misma coyuntura sobredeterminada y confusa la que exige que los conceptos propios del marxismo y la izquierda radical comiencen a operar. El análisis político y económico, para usar el concepto de Badiou, se encuentra profundamente “suturado” en el marco de un pensamiento único problemático y obsesivo: la democracia neoliberal. Un tipo de democratismo absoluto donde el intento de “pensar la totalidad” más allá de las parcelas de saber (y todo lo que permanezca asociado ese concepto de totalidad; sociedad, estructura, formación social) es denunciado como una intentona totalitaria. En efecto, este concepto de totalitarismo funciona como un “punto de inflexión” de toda la ideología posmoderna, y es un amuleto que conjura a los llamados “pensamientos únicos, totalitarios”, apartados de la condición posmoderna. Lyotard llamó a esa condición “el fin de los grandes relatos” sobre la humanidad y la historia. Nosotros diremos antes que todo, que esa condición posmoderna es la condición ideológica de la clase dominante (la gran burguesía financiera) en el capitalismo tardío. ¡El marxismo necesita volver a la escena!
Para ser honestos, la izquierda no ha hecho mayores esfuerzos para que acontezca ese retorno. Es más, abandonando los conceptos propios de la tradición dialéctica y el materialismo histórico, ha permitido el ensanchamiento de la siempre leal y camaleónica ideología burguesa. Ettiene Balibar se quejaba en Francia de la inmensa falta de “probidad teórica” del Partido Comunista Francés cuando decide eliminar la dictadura del proletariado como concepto teórico en la lucha por el socialismo: Balibar llega incluso a decir, mediante la recurrencia a los famosos párrafos jacobinos de El Estado y la revolución de Lenin, que la dictadura del proletariado y el socialismo son una y la misma cosa. En otro contexto, hoy podemos señalar que es el abandono progresivo del propio concepto de “socialismo” como nombre propio de un proyecto anticapitalista de sociedad, el que entraña riesgos funestos para la izquierda. El abandono de este concepto no sólo implica una renuncia implícita a la construcción de un post-capitalismo y una nueva totalidad social, sino a una herramienta de análisis teórico del presente. No por nada profundos lectores de Marx como Paul Sweezy o Jacques Bidet (en veredas opuestas en el campo del marxismo: uno proveniente de la economía política norteamericana, el otro del estructuralismo francés) han insistido en que el socialismo es la generalización de un “principio de planeación” que vive en el seno del orden burgués, y que funciona como el opuesto directo de eso que llamamos “ley del valor”.
Para los clásicos, sobretodo antes de Gramsci, la teoría del socialismo es la teoría de unas fuerzas actuantes en el seno del propio capitalismo, y que por tanto, son fuerzas históricas difícilmente negables, y evidentes. La gran industria y la fábrica dibujan así el horizonte del socialismo en el capitalismo, y no fuera de él, dice Marx. Incluso, a propósito de un socialista “utópico” como Robert Owen, el filósofo de Tréveris señala que comprendió muy bien que el “sistema fábrica” es el punto de partida de la revolución social. ¿Cuál es el punto de partida de la revolución social en la sociedad neoliberal? Nos hacemos esta pregunta porque sabemos que el llamado “sistema fábrica” se encuentra relativamente desplazado en el proceso de producción capitalista contemporáneo. Además, la emergencia de una especie de “proletariado de realización” (o “clase obrera retail”), masivo y sometido a las reglas de la desorganización del capitalismo neoliberal tardío (posmoderno), exige una teorización sobre cuál es el nuevo sujeto (u objeto) de la revolución proletaria. El asunto, en definitiva, es que para el conjunto de la tradición marxista, y esto incluye a Gramsci, el “socialismo” es una tendencia inmanente en el seno del capitalismo: una especie de contracapitalismo que las fuerzas revolucionarias deben precipitar. El concepto de socialismo es insoslayable y central en la práctica política de la izquierda.
Es la emergencia de algunas teorías políticas de alcance medio en el pensamiento político de la izquierda lo que termina por borrar del horizonte político y teórico esta palabra que, como vemos, es todo un articulado de hipótesis sobre la sociedad actual, más que una serie de invenciones sobre la sociedad del futuro. El concepto de socialismo se encuentra así atrapado en la red oscura de una doble renuncia al marxismo: el “republicanismo” de izquierda y la tentación socialdemócrata.
La reinvención de la teoría republicana en algunos teóricos chilenos es una oportunidad histórica para los comunistas. Cuando se ha puesto de moda plantear, por solo poner un ejemplo, que la izquierda chilena, especialmente el Partido Comunista, es una izquierda “republicana”, y que ese carácter republicano estaría determinado por el respeto por “las normas democráticas establecidas”; se hace evidente la necesidad de reinstalar “la esencia perdida”, los conceptos del marxismo. Fuera de la excelente crítica que realiza Renato Cristi en su texto sobre Democracia republicana al “mercado electoral” y al consenso neoliberal, la exposición de la teoría republicana moderna como una justa articulación entre “acción estatal” y “felicidad individual” es absolutamente incompatible con los conceptos del marxismo-leninismo. Desarrollando la crítica de dos tipos de Estado, el estado tutelar que impone el consenso, y el Estado neoliberal que asegura la propiedad de los ciudadanos (propietarios), Cristi propone una reedición del estado republicano basado en los modelos romano (autoridad estatal) y ateniense (autogobierno de la polis): “La formación de ciudadanos y el cultivo de las virtudes republicanas [el “humanismo cívico”] es la meta del republicanismo clásico […] esto implica que el Estado no puede permanecer neutral frente a los valores y proyectos de vida de los ciudadanos”. Tal es la cuestión para el “republicanismo”. Miguel Vatter, otro republicano chileno, en abierta confrontación con el marxismo clásico ha expuesto que el proyecto republicano es la “obtención de la libertad común”, y no la derrota de “los enemigos de clase”. Además de una retórica sobre la “diseminación de los inicios” y el reemplazo del relato sobre las “clases antagónicas” por una filosofía posmoderna y sibilina de la “autoconstitución de lo político a partir del antagonismo sin fondo” entre gobernantes y gobernados, entre autonomía del pueblo y gobierno, Vatter insiste en que el republicanismo no es una teoría totalizante, sino un “principio” de no-dominación de los ciudadanos.
Para decirlo muy toscamente, la teoría republicana es incompatible con el marxismo porque no plantea el problema de la lucha de clases y el carácter de clases de toda “libertad común” - y con ello el carácter ideológico de la categoría de libertad humana. El “bien común” de Cristi o la “autonomía del pueblo” de Vatter son típicas formulaciones ideológicas de una impotencia política mayor y más profunda: la contradicción entre capital y trabajo y la lucha de clases como “fundamento” del progreso capitalista salvaje. Por otra parte está la tentación socialdemócrata, que funciona bajo el enunciado del teórico de la socialdemocracia de derecha en Alemania, Eduard Bernstein, “el objetivo final no es nada, el movimiento lo es todo”, para relativizar el “horizonte socialista”, en el marco de una reducción del problema del comunismo a una cuestión de carácter ético. Finalmente, lo curioso es que la tentación socialdemócrata comienza en Alemania con un desliz importante de los marxistas alemanes hacia la filosofía neokantiana de izquierda. De nuevo, el problema es de incompatibilidad: incompatibilidad entre la filosofía burguesa de Kant y los autores republicanos, y el marxismo como filosofía del proletariado (lo que no quiere decir que no podamos encontrar en Kant las pistas de una nueva teoría de la práctica política). La socialdemocracia comienza con la relativización del concepto de socialismo y la emergencia de una fraseología absolutista sobre la “concentración en los objetivos reales”, en lo que Lenin llamaba “pequeñeces reales”, y no en el “horizonte”, que se transforma efectivamente en una “mera idea” de la razón” que ordena la práctica ética republicana en el presente. Por el contrario, el marxismo es una dialéctica de lo concreto (Korsch), no una teoría ética sobre el horizonte “ideal”
No somos una izquierda republicana, y de nuestra práctica política no se ha de desprender que seamos una izquierda socialdemócrata, concentrada en el “movimiento real”: somos una izquierda marxista. Eso exige emprender un debate teórico, histórico y político importante con quienes plantean que somos una “izquierda republicana”. Incluyendo a quienes se aferran a la tesis según la cual la contradicción "del período" es neoliberalismo versus democracia para indicar que "las tareas democráticas (republicanas) del presente" son más importantes que el objetivo final (marxista-leninista). Quizás, de hecho, el problema esencial de nuestra práctica política sea la superación de la propia democracia burguesa. ¿Habrá llegado la hora decir las cosas por su nombre: o neoliberalismo, o proyecto anti-neoliberal de superación del capitalismo; socialismo del siglo XXI?: En todo caso, la democracia republicana nunca será un objetivo revolucionario para la izquierda, a menos que se trate de una izquierda descafeinada.

lunes, 20 de mayo de 2013

El aporte de Stalin




I

Siempre se piensa en Stalin como un autor indigno de ser incluído en el panteón de los marxistas “clásicos”, referencia obligada de los marxistas “contemporáneos”. El caso es que Stalin fue el primer autor en establecer lo que el filósofo Theodor Adorno llamó terminología, una red ordenada de conceptos para entender la totalidad social. La formación de una terminología era un ejercicio permanente en la reflexión teórica de Stalin y, más allá de los cuestionamientos que se ciernen sobre su figura, la sistematización de las herramientas teóricas de la tradición leninista por parte del “brutal georgiano” constituye una referencia obligada en el campo de la teoría marxista si es que, como plantea Atilio Boron, puede hablarse de una teoría “marxista” de la política.

Evidentemente, tal referencia no se realizará sin la emergencia de una dura polémica sobre Stalin y los horrores que se asocian habitualmente a su nombre: el gulag, las purgas, el culto a la personalidad, etc. No es objeto de este artículo generar una opinión al respecto, pero indicaremos muy someramente que Stalin no es el “culto a la personalidad” como Mao no son las bandas de ajusticiamiento de la Revolución Cultural: tales dispositivos constituyen una deformación específica que debe ser analizada en su contexto, y no reducida a la figura de un personaje. Es más: la verdadera comprensión de los llamados “horrores del estalinismo”, pasa por no reducirlos a la personalidad de José Stalin, al nombre de Stalin, sino comprenderlos en una profusa maquinaria que excede al individuo, y que además con o sin el individuo permanece ahí, como parte de la totalidad social. El problema reside en el todo complejo estructurado (en la “sociedad”), no en la persona que porta el nombre al cual se le atribuye la infinidad de situaciones aberrantes cometidas en la URSS. 

II

La “terminología” es una fase de la cientificidad del marxismo, cientificidad aún no lograda, que apunta a la construcción de una red de conceptos que ingresen efectivamente en la disputa ideológica frente al pensamiento liberal y su derivación posmoderna, en tanto lógica cultural del capitalismo tardío (al decir de F. Jameson). Un concepto no es sólo el nombre de una diversidad, un universal aplicable al todo y a todo, es un problema. Hegel fue el primero en descubrir que un concepto solo es tal cuando entra en relación con el devenir, cuando se encuentra “determinado” en la madeja de circunstancias, por así decirlo: no es una aplicación de algo exterior a lo real, sino lo real mismo entrando en la teoría, un problema en la contingencia. No hay “concepto” sin vínculo con la totalidad. Stalin sabía bien esto, y por eso su terminología es una profusa serie de problemas y no una colección de amuletos teóricos o dogmas universales: dirección estratégica, objetivo, dirección táctica, radio de acción, momento, etc. 

Mientras que para Lenin fue imposible no escribir sobre los hechos, literalmente, fue imposible no escribir los hechos concretos utilizando los elementos de su teoría, Stalin intentó sistematizar esa teoría en la forma de una terminología independiente de la contingencia y la coyuntura. Althusser fue el primero en decir que hay una “dialéctica”, una teoría en El Capital, más allá del texto poblado de cuestiones económicas: que es posible extraer una filosofía marxista en El Capital. Pues bien, diremos que Stalin quería extraer una ciencia materialista de la política de los textos de Lenin, del contexto profano en el que este escribía. Una teoría política leninista expresada en la forma de una terminología, de unos “elementos fundamentales”, de unos conceptos en definitiva. 

Estos conceptos funcionan siempre en relación a un problema, insistimos: a un problema contingente cualquiera. Es lo que ocurre, para poner un ejemplo clásico, con los conceptos maquiavélicos de fortuna y virtud. Responden a la misma problemática; mientras que la fortuna refiere a procesos objetivos, fuera del alcance inmediato de la acción de los hombres (a las condiciones estructurales), la virtud maquiavélica refiere a la praxis emprendida por el Príncipe, o por el Partido en este caso, para modificar sustancialmente las condiciones de cierta “fortuna” indigna. Asimismo, Gramsci establecía una diferencia entre lo “ocasional” y lo “orgánico”: “El error en que a menudo se cae en los análisis histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que es orgánico y lo que ocasional”, indicando que el movimiento “orgánico” refiere a ondas u oscilaciones de largo aliento y mayor profundidad que lo “ocasional”, lo coyuntural, que sin embargo guarda con lo orgánico una relación de dependencia e interrelación.

III

Uno de los aportes conceptuales más importantes de Stalin fue la distinción que llevó a cabo entre estrategia y táctica. Tal como la dupla conceptual gramsciana “orgánico-ocasional”, la dupla estrategia-táctica de Lenin, sistematizada en el pensamiento de Stalin, funciona como una poderosa fórmula de comprensión de la realidad social. Para Stalin, este par de conceptos constituyen una suerte de álgebra de la práctica política y militar, teniendo en cuenta que, como Lenin, adscribía a la famosa formulación de Clausewitz: la guerra es la política continuada por otros medios (o viceversa, decimos nosotros). En 1924, Stalin escribe: 
“La estrategia se guía por las indicaciones del programa […] determina el camino general, la orientación general […] Conforme a esto, la estrategia traza el esquema de distribución de las fuerzas del proletariado y de sus aliados en el frente social (dispositivo general). No hay que confundir la tarea de “trazar el esquema de distribución de las fuerzas” con el trabajo mismo (práctico concreto) de colocar, de distribuir las fuerzas”

Es increíble encontrarnos con un texto como este en un tipo al que se le trata habitualmente de bruto e imbécil. Perfectamente podría haber sido escrito por alguno de los baluartes posmodernos de las llamadas “ontologías del poder”. Estrategia, fuerzas, esquema de distribución: formas de comprensión del flujo del Poder. Todo esto, más allá incluso del Poder político de estado que a todas luces sigue siendo “el objetivo principal”. 

Este es un ejercicio de extracción, extracción de una conclusión teórica desde los textos de Lenin, eminentemente prácticos. Cuando, por ejemplo, en la coyuntura sobredeterminada y compleja de 1917 Lenin establece una línea de demarcación radical con los enemigos de la revolución (nosotros queremos tomar el poder: los mencheviques quieren participar en un gobierno de coalición con la burguesía nacional y elgobierno de Lvov), y posteriormente establece un esquema de distribución de las fuerzas en arreglo a su posición (1) de clase, (2) subjetiva o discursiva y (3) según el grado de hegemonía del que gozan sobre el proletariado. Constata, por ejemplo, la existencia de tres fuerzas fundamentales; los “socialchovinistas” (que no eran un partido, Lenin le da ese nombre a un conjunto de fuerzas políticas), los llamados “centristas” (“elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la atmósfera del parlamentarismo”, dice Lenin), y por último la izquierda de los partidos socialdemócratas, el bolchevismo, el Grupo Espartaco, etc. 

Posteriormente, hacia 1924, Stalin desarrolla otro aporte teórico en la comprensión del problema.  Además de establecer el paralelogramo de las fuerzas en el análisis de la coyuntura y la lucha de clases,  la estrategia depende activamente del Programa como conclusión política de la Teoría. Teoría-Programa-Estrategia, tal es la unidad “que ordena”, el “horizonte de posibilidad” de la táctica, para decirlo en términos kantianos. Digámoslo en fácil: la estrategia, que depende del Programa y de la Teoría, constituye el elemento dominante de la táctica. Stalin plantea que “el plan estratégico es el plan de la organización del golpe decisivo”, y que decide “de antemano en sus nueve décimas partes la suerte de toda la guerra” determinando “con acierto la dirección principal del movimiento proletario de un país dado”. Es justo en este punto donde encontramos u aspecto esencial: al describir la táctica de este modo, no hacemos más que inscribirla en el horizonte general de la estrategia: “La táctica es una parte de la estrategia”, dice Stalin, agregando más adelante que “no puede supeditarse a intereses pasajeros del momento, no debe dejarse guiar por consideraciones del efecto político inmediato [...] debe elaborarse en arreglo a las tareas y a las posibilidades de la estrategia” (los subrayados son nuestros). 

IV

Estos textos proponen además una serie de conceptos auxiliares, como el de “viraje histórico”, “consigna de agitación”, “directiva”, etc. Ellos podrían ser objeto de otro estudio. Sin embargo, lo más importante es que consideran que no todo éxito táctico produce una victoria estratégica. “Hay momentos – escribe Stalin hacia 1924, en que éxitos tácticos, de brillante efecto inmediato, no encajan con las posibilidades estratégicas, crean una situación inesperada y funesta para toda la campaña”. Un triunfo “parcial” que puede significar la derrota “total”, esa es la innovación más importante.  

Nos encontramos hoy frente a una coyuntura que exige volver a esta serie de reflexiones. Enumeremos algunos motivos, algunas exigencias que se desprenden de esta lectura: 

(1)   En primer lugar, no se ha trazado el “programa” de la izquierda, sino apuntes o reivindicaciones programáticas inmediatas, lo que Lenin llamaba “lucha económica”, y que claramente no tienen ninguna conexión con la “Teoría”, que Lukacs llamaba barómetro de la acción política, de la praxis concreta. El trazado de este programa, y del “dispositivo general” de distribución de las fuerzas, debe hacerse con arreglo a una comprensión profunda de la sociedad neoliberal chilena, y de la relación entre el proyecto neoliberal y el Poder político de las clases dominantes. Cuestión central a la hora de elaborar una “propuesta programática”, como la que hoy se debate, porque, finalmente, un éxito en lo programático-táctico, debe ser un avance en la cuestión estratégica, que es hoy, según entendemos, la conquista de un Gobierno de Nuevo Tipo que avance hacia una Revolución Democrática.
(2)   Por otra parte, no hemos establecido un “esquema de distribución” de las fuerzas que operan en el estado neoliberal chileno, un esquema serio, no una fórmula. ¿Cuál es la relación entre los distintos segmentos de la superestructura política partidista, y las facciones de la clase dominante?, ¿Dónde está el vínculo privilegiado, a saber, el vínculo con el capital financiero, en el “centro político”? Es, de alguna manera, lo que hizo Mao Tse Tung en sus primeros textos, aunque en un lenguaje a ratos rudimentario y primitivo: preguntarse quiénes son los enemigos del pueblo, y escribir un pequeño pero provechoso ensayo sobre la estructura de clases de la sociedad china. El nuevo patrón de acumulación neoliberal exige que pensemos el aparato de Estado: el Poder político no está “aislado” del modo de producción, ni de la lucha de clases. En períodos determinados internaliza esa lucha en la forma de una colaboración, o expulsa al proletariado de la administración estatal precarizando su condición económica y re-constituyendo la “ciudadanía burguesa” en “ciudadanía marginal”.
(3)   La tesis de Stalin de que no todo éxito táctico significa un avance en la consecución de una “victoria estratégica” es profundamente actual. En la actual coyuntura, sobredeterminada, y en la que la contradicción principal entre capital y trabajo no se expresa más que circunstancialmente, debido a la emergencia de una serie de contradicciones locales, explosiones diversas y abigarradas, un paso táctico exitoso puede significar un retroceso estratégico: un paso adelante, dos pasos atrás. La victoria que podamos obtener puede servirle a la burguesía para recomponer su gobernabilidad y restablecer la estabilidad de la clase dominante, asegurando al patrón de acumulación un tiempo más en el marco de ciertas concesiones mínimas. Toda esta cuestión está íntimamente vinculada con el debate entre reforma y revolución, entre reformismo y política revolucionaria: hacia 1917 Lenin sabía que las reformas eran un “instrumento auxiliar de la lucha de clases”, pero también comprendía que, finalmente, el deslizamiento hacia el reformismo estaba dado por la conversión de una serie de reformas en objetivo principal de la lucha. Para utilizar los términos de Gramsci, lo que requiere una verdadera revolución, un verdadero triunfo estratégico, es un viraje orgánico, no ocasional en el modelo de acumulación capitalista. 

No perder el timón ideológico sigue siendo una tarea fundamental de la izquierda. Al menos cuatro cuestiones deben ser analizadas en el período siguiente, para no perder de vista que los marxistas chilenos somos marxistas en lo concreto, y no en lo abstracto, en el nombre, o en la “cultura”. Estas cuestiones son: el problema del Estado y el poder político en Chile, el problema del Sujeto, el problema económico – el neoliberalismo chileno, y la cuestión de cómo analizar correctamente la coyuntura. De momento, este aporte: las victorias tácticas sin vínculo con los objetivos estratégicos trazados para el actual período, pueden ser el derrotero de la izquierda en Chile. Ese es el dato teórico que nos sopla Stalin.