lunes, 31 de agosto de 2015

Después del movimiento estudiantil



En la página de RedSeca, revista de debate y análisis político, Ángel Martín, Nicolás Berho y Alfonso Pizarro, han realizado un aporte a la comprensión de la “estructura de clases” del movimiento estudiantil.1 Me parece importante responder, o al menos intentar una aproximación, a las cuestiones que ahí se plantean, ya que constituyen temáticas de alto interés para el debate acerca del “nuevo sujeto” de las transformaciones sociales en Chile y sobretodo, del carácter de los distintos procesos de movilización que dan a luz el (efecto de) “sujeto” que habría de “protagonizar” algo; el proceso revolucionario, la transición, la ruptura democrática, etc. De antemano, quiero dejar en claro que mi posición respecto a la problemática del sujeto en Chile, es que, contrariamente a lo que plantean algunas voces (véase: Roberto Vargas en De la convergencia política a la convergencia de las izquierdas en Chile),2 lejos de plantearnos la discusión acerca de la naturaleza del “sujeto”, o de la “asociatividad movilizada y contingente” de los distintos “actores” – teoría que bien podría filtrear con un pluralismo cuasi-foucaultiano de la multiplicidad de las resistencias – en el marco de una discusión metafísica (sujeto a priori versus sujeto a posteriori), lo que se necesita es plantear cuáles son: (1) las condiciones, (2) las medidas concretas, (3) las estrategias concretas de eso que llamamos “unidad”. Si hay algo así como un “sujeto” sólo puede ser el efecto de prácticas políticas estratégicas concretas, de rupturas específicas que generan unidad, y no de una discusión acerca del estatuto del “sujeto” que modificará la “totalidad-social” chilena. En esto soy fiel a una tradición “pragmatista-crítica” que se ha desarrollado al interior del comunismo chileno, y particularmente de la práctica política del leninismo en el PC chileno, en el marco de una teoría no-expresada, “sintomática”, de la situación política y de la estrategia política en general.3

Para partir, y no perdernos en cuestiones estériles, es necesario valorar los esfuerzos por develar el estatuto de clase, el carácter de clase del movimiento estudiantil chileno, aunque sea bajo el rótulo de la estructura de clases. Y aquí entramos de lleno a las críticas que creo es necesario hacer a este pequeño documento.

1.- Me parece evidente que al plantear la cuestión en términos de “estructura” de clases se pierde de vista la discusión acerca del “carácter” de clase de un movimiento. Puede parecer una cuestión de orden semántico, pero, por poner un ejemplo, el movimiento “Solidaridad” que en Polonia contribuyó a la derrota del socialismo real (quizás como ningún otro en Europa; articuló, de hecho, una fórmula situacional y estratégica, un modo específico de aprovechar la coyuntura de crisis del socialismo mundial), tenía de hecho una “estructura” y una “composición” de clases altamente obrera. Sin embargo, su carácter de clase no era, con mucho, obrero; porque no respondía a los intereses de la clase obrera, sino de una clase mundial-trasnacional, afincada en los centros de poder imperiales opuestos al socialismo mundial, haya tenido la fisionomía burocrática que sea este último. La estructura de clases de un movimiento, entonces, nos dice algo de él; pero algo más o menos empírico, y por tanto, no da cuenta del carácter político de ese movimiento. Por el contrario, me parece que deducir el carácter de clase de un movimiento de su estructura de clases, puede parecer una deuda demasiado grande con cierta ortodoxia marxista esencialista y vulgar, difundida sobretodo en los países del orbe soviético, y que hacía concidir en el mismo nivel el carácter de clase y la estructura de clase en un movimiento como coinciden en la vieja metafísica tradicional los conceptos de existencia y esencia. No estoy diciendo que los autores lo hagan; pero ya que pretenden partir por ahí, eso supone un riesgo. Por el contrario, si se hubiesen propuesto “aclarar la fisionomía actual de las clases en Chile”, como ellos declaran, la contribución hubiese sido mayor. Pero, de hecho, para aclarar la fisionomía de las clases, hace falta mucho más que una batería de datos cuantitativos de índole socioeconómica; toda la tradición marxista (incluida la analítica, de la que uno de los autores parece formar parte) indica que el concepto de clase está lejos de poder ser reducido a una cuestión socioeconómica o, mucho más; a una cuestión de índole “productivo”, como si bastara con ubicar a los sujetos-portadores (Träger) en determinada esfera o lugar de producción de capital.

2.- Lo que, de hecho, me parece insuficiente en este texto, es que no aclara en nada cuál es el concepto de clase con el que está trabajando. Lo que a veces, hace caer a los autores en una suerte de concepto de clase social economicista. Para entender el concepto de clase tendríamos que habérnosla con cuestiones mucho más complejas que el lugar que ocupa un determinado sujeto-portador en la estructura productiva. Está claro que, de hecho, un funcionario público que percibe un súper-salario es un “trabajador” y ocupa un lugar en la cadena productiva que no lo pone en posición de subordinación frente al dueño de los medios de producción. Las preguntas, ¿recibe extracción de plusvalía este trabajador?, ¿constituye una clase a parte, burocrática por ejemplo o es un obrero, o es un burgués?, etc. Todas estas preguntas se insertan en una problemática mayor, que es la del “estatuto” o, para usar un término de nuestros autores, la “estructura” del proletariado mundial. Lamentablemente, se ha sobrevalorado la influencia de la transformación de las fuerzas productivas y la predominancia contemporánea del trabajo manual, en vez de fijarse en el fenómeno de la clase social en relación a las estructuras de reproducción en el capitalismo contemporáneo (“tardío” si se quiere). La teoría del tránsito del obrero-masa al obrero-social en Toni Negri, por ejemplo, si bien enfatiza algunos factores importantes (por ejemplo la importancia de la cooperación en la dialéctica productiva del capital), no clarifica el concepto mismo de proletariado o clase obrera, sino que establece una nueva teoría de la subjetividad, al margen de los problemas de (1) la reproducción, (2) las relaciones de producción, (3) el carácter político del concepto de clase y su no-remisión a la pureza de las cuestiones económicas y finalmente (4) las dinámicas de extracción de plusvalía y la emergencia de un “proletariado de realización” en los países del tercer mundo.

3.- Lamento tener que integrar en mi aporte crítico a la visión de los autores una serie de cuestiones de índole teórico, pero no se puede hacer de otra forma, toda vez que una serie de “lugares comunes” se entremezclan con la exposición de este tipo de cuestiones, cada vez que alguien sale a la palestra. El “nudo gordiano” de esta discusión reposa sobre un tema teórico, de hecho; la pregunta por qué significa, específicamente, y en el contexto de la teoría del capitalismo que se inspira en la tradición marxista, una clase social. Como se sabe, el libro III de El Capital quedó inconcluso, y uno de los temas que deja pendiente es la teoría de las clases sociales. Parece que, por el tenor de las últimas páginas del libro III del texto marxiano, se trataba de una cuestión en primer lugar relacional, puesto que tenía que ver con el tipo de relación entre los productores y quienes se apropian del plus-producto, y en segundo lugar política. Alejandro Saavedra (2007) siguiendo a Poulantzas en muchos puntos, señala consecuentemente que las clases sociales “son sistemas de relaciones sociales instituidos que se imponen y aparecen como externos a los individuos” y que “el Estado es una parte de la estructura de clases y no separado o ubicado a otro nivel que estas”. Igualmente, Althusser había señalado a principios de los 70' la primacía de las relaciones sobre la producción o lo ya-producido (las fuerzas productivas/medios de producción, o si se quiere; la serie de datos empíricos con los que trabaja la economía) y, además, la imposibilidad de escindir el concepto mismo de clase del concepto-matriz, por así decirlo, de lucha de clases. No hay clases fuera de la lucha y fuera de la serie de relaciones que instituyen las clases. Las clases sociales pueden calificarse, de este modo, y aproximativamente, como prácticas de clase, prácticas que participan de lo que taxativamente se conoce como “infraestructura” (la serie de prácticas referidas al proceso de acumulación y reproducción del capital) y la superestructura (la serie de prácticas fundamentalmente políticas e ideológicas referidas a la reproducción de este proceso de producción capitalista “económico”). O sea; no se puede, simplemente, definir una clase por su lugar en la cadena de producción.

4.- Ejemplos teóricos en la obra misma de Marx para esta cuestión, nos sobran. No sólo en El Capital, sino también el tratamiento que hace del concepto de proletariado en obras referidas a situaciones históricas, como La guerra civil en Francia. El proletariado ahí no es, de ninguna manera, la masa de obreros-masa (para usar el término de Negri) que son subordinados laboralmente a los dueños de las fábricas. En El 18 brumario de Luis Bonaparte, de hecho, Marx define que:

En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllos forman una clase”4

Es decir, de ninguna maneras se trataría de algo así como una posición en la estructura económico-productiva, sino de un fenómeno vinculado al menos a “las condiciones económicas de existencia”, el “modo de vivir”, los “intereses”, la “cultura” (sic), y sobretodo (para nosotros) la oposición a otras clases de un modo hostil. No hay que ser demasiado literal. Sabemos que en otros textos Marx incluye también distinciones del tipo clase-en-sí/clase-para-sí que, en este punto de nuestro análisis, no constituyen ninguna contribución sustantiva. Lo interesante es que es la lucha de clases, los intereses y la vida “en común” en “el mundo” (discúlpennos las resonancias heideggerianas del concepto) las que distinguen y hacen a las clases. Finalmente, hacia el libro II de El Capital Marx distingue las formas de trabajo “no productivas” (en el sentido específico de la producción de plusvalía) que involucra el proceso capitalista de producción y que, sin embargo, configuran una parte del proletariado, en sentido estricto. ¿Vamos a pasar por alto todas estas cuestiones? Alguien podría decir que, de hecho, Marx analiza un tipo de sociedad bien restringido; la sociedad capitalista inglesa del siglo XIX. De hecho, esto no es así; al punto que Marx siempre consideró que los conceptos con los que analiza el capitalismo no son deducibles de alguna observación empírica directa, a menos que se trate de un apoyo.

5.- De este modo, quisiera decir algunas cuestiones sobre lo que tangencialmente significa el análisis de Martín, Berho y Pizarro. En primer lugar, que el movimiento estudiantil tendría una “estructura” de clases eminentemente obrera, o proletaria. “La creciente demanda por certificaciones” sería parte de un nuevo proceso de “calificación de fuerza de trabajo” en que las universidades juegan un rol subsidiario y por tanto, subsumido respecto a la reproducción del capital. “Salvo contadas excepciones, señalan los autores, las franjas estudiantiles exhiben los rasgos sociales de la clase trabajadora que se inserta en las nuevas modalidades de acumulación del capital”. Estoy de acuerdo con esto, en general. La universidad, como ha señalado Willy Thayer – por ejemplo, en su análisis sobre la condición no-moderna de la universidad, está convertida cada vez más en un nodo de reproducción del capitalismo pero, ¿hace cuánto es así?, ¿no hablaba Althusser de “aparatos ideológicos” de reproducción del capitalismo, a fines de los 60'? Además, ¿qué es lo nuevo en las modalidades de acumulación del capital contemporáneas?, ¿no ha mostrado Harvey que la novedad en el capitalismo ha sido el período desarrollista, una especie de “epokhé” de la lógica de acumulación anárquica, trágicamente terminada por la restauración conservadora de la desposesión neoliberal? Justamente, el neoliberalismo corresponde al capitalismo en su modo más “puro” de funcionamiento, y por tanto las “nuevas modalidades” corresponderían a cambios en la estructura de las fuerzas productivas que, a mi parecer, siguen siendo susceptibles al análisis marxiano. Lo raro, lo verdaderamente raro es que hubiera un capitalismo de garantías y derechos sociales, como en el desarrollismo: que el capitalismo sea expoliador, y que transforme los nichos des-mercantilizados en nuevos mercados para la voracidad de la acumulación, no es, en rigor nada nuevo.

6.- El movimiento estudiantil no es una cosa homogénea, y no corresponde confundirlo con la “masa estudiantil” chilena, adosada a la clase trabajadora. Me concentraré en sostener esta hipótesis en lo que queda. En primer lugar, es un “movimiento” del que vastos sectores de la población estudiantil se encuentran excluidos, por no hablar de los que no trabajan ni estudian, o de los que trabajan, pero no estudian (“por no poder” como diría Zitarroza). Desbrozando datos, en nuestro país un 20% de los jóvenes no estudian ni trabajan (forman parte del “ejército de reserva”, y engrosan las filas del lumpenproletariat, también son conocidos como “jóvenes nini”). Al 2012, más de la mitad de los estudiantes chilenos alternaba sus estudios con el trabajo precario; lo que también es otro dato interesante. Otro porcentaje lo alterna con formas de trabajo independiente. Según encuestas de agencias de empleo virtuales, más de un 60% de los jóvenes chilenos que estudian lo hacen alternando sus labores académicas con el trabajo, principalmente precario en el sector comercio. De los jóvenes que estudian, sólo un 15% lo hace en universidades del consejo de rectores, y 63% lo hace en CFT-IP's. Del total de jóvenes que estudian, un 45% lo hace en instituciones no acreditadas, y un 22% en universidades privadas. Como vemos, el componente “universitario” de la calificación de la fuerza de trabajo en Chile, es minoritaria. Corresponde, de hecho, a bastante menos de la mitad de los estudiantes, y de ese sector, la gran mayoría realiza sus estudios en instituciones desreguladas, de mala calidad y no acreditadas, y al mismo tiempo, trabajando. Cambiar esta realidad es fundamental, esto es a todas luces obvio. Sin embargo, aducir como un “dato de la causa” el que 7 de cada 10 estudiantes sean “primera generación”, puede ser visto como la alusión directa a una suerte de obviedad: la gran mayoría de los estudiantes chilenos son pobres, pertenecen “relativamente” a la clase trabajadora y “estructuralmente”, también. Pero... ¿conforman el “movimiento estudiantil” estos estudiantes precarios, que estudian y trabajan y que si estudian, lo hacen en instituciones no-universitarias y no-acreditadas?

7.- De hecho, con una cuestión como esta tiene que ver la “estructura de clases” del movimiento estudiantil y no con la trampa de “hacernos pasar gato por liebre” aduciendo un par de datos sobre la composición de la masa estudiantil chilena, para deducir de ahí la existencia de un movimiento estudiantil de clase. En efecto, sólo en la medida en que asumamos que, por su carácter y su composición, el movimiento estudiantil – a diferencia de la totalidad de los estudiantes, que configuran un sector importante de la clase obrera joven, aunque claro, no toda – no es proletario y no es de clase, vamos a salir de la bancarrota en que nos encontramos como “estudiantes”, en mi caso de post-grado. El movimiento estudiantil es, por su carácter gremial y sectorial, y por la “estructura de clases” de su vanguardia-organizada (los estudiantes del CRUCh y algunas universidades privadas que han adquirido “prestigio”), un típico movimiento pequeño-burgués que lucha por algunas demandas particulares y, a lo sumo, por una transformación radical de los procesos de calificación de la fuerza de trabajo, en algunos casos, y por la mejora en las condiciones de ascenso social para la pequeñoburguesía, en otros. Por ello, me parece que (1) hay que entender el problema insoslayable del “viraje” de la izquierda, incluída la extra-PC, fundamentalmente estudiantil-pequeñoburguesa y que se encuentra aislada de la mayoría de los “estudiantes” que van al matadero de la calificación técnico-profesional, viraje que sólo puede ser realizado mirando hacia sectores con potencialidad de cambio, (2) que esa izquierda, si sigue anclada al movimiento estudiantil como su “tierra primaria”, si ese sigue siendo el nomos que la define, probablemente está condenada al fracaso, finalmente (3) es obvio que las tesis sobre el “derrumbe del modelo” y el supuesto cambio radical e insalvable que habría operado en el “sentido común”, en sentido gramsciano, el fenómeno 2011, literalmente, se derrumbaron. La ideología neoliberal repuso el consenso y eso supone otra coyuntura y otro modo de enfrentarla. El problema más grave es que al mirar la política desde el prisma sesgado del “movimiento estudiantil”, inevitablemente se cae en una especie de anteojera de clase, que no es precisamente de clase trabajadora, ni por su composición, ni por su “carácter”, y aquí me parece que hablamos de lo importante: a menos que hayamos dejado de ser lo que somos, los trabajadores siguen siendo el lugar detonante de la serie de rupturas que esperamos producir. Y a menos que tengamos muy poco sentido para la coyuntura, el “movimiento estudiantil” dejó hace un tiempo de ser el espacio-clave para la hilvanación de una serie de rupturas decisivas que, en los hechos, posibiliten la emergencia de un nuevo bloque anti-neoliberal con vocación (y posibilidades) de poder. Hacia dónde se desplazó ese espacio-clave, me parece un objeto de análisis digno de tener en cuenta, para los autores y para quien escribe.

1La nueva estructura de clases del nuevo movimiento estudiantil (Parte I), en http://www.redseca.cl/?p=5794
2http://www.fundacioncrea.cl/de-la-crisis-politica-la-convergencia-de-las-izquierdas-en-chile/
3Una de las pocas teorizaciones de esta práctica política, cuyo máximo representante sería Luis Corvalán, es el trabajo (1972) de Carlos Cerda, El leninismo y la victoria popular, publicado por Quimantú en pleno gobierno de la UP.
4https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum7.htm