I
Siempre se piensa en Stalin como
un autor indigno de ser incluído en el panteón de los marxistas “clásicos”,
referencia obligada de los marxistas “contemporáneos”. El caso es que Stalin
fue el primer autor en establecer lo que el filósofo Theodor Adorno llamó terminología,
una red ordenada de conceptos para entender la totalidad social. La formación
de una terminología era un ejercicio permanente en la reflexión teórica de
Stalin y, más allá de los cuestionamientos que se ciernen sobre su figura, la
sistematización de las herramientas teóricas de la tradición leninista por
parte del “brutal georgiano” constituye una referencia obligada en el campo de
la teoría marxista si es que, como plantea Atilio Boron, puede hablarse de una
teoría “marxista” de la política.
Evidentemente, tal referencia no
se realizará sin la emergencia de una dura polémica sobre Stalin y los horrores
que se asocian habitualmente a su nombre: el gulag, las purgas, el culto a la
personalidad, etc. No es objeto de este artículo generar una opinión al
respecto, pero indicaremos muy someramente que Stalin no es el “culto a la
personalidad” como Mao no son las bandas de ajusticiamiento de la Revolución
Cultural: tales dispositivos constituyen una deformación específica que debe
ser analizada en su contexto, y no reducida a la figura de un personaje.
Es más: la verdadera comprensión de los llamados “horrores del estalinismo”,
pasa por no reducirlos a la personalidad de José Stalin, al nombre de
Stalin, sino comprenderlos en una profusa maquinaria que excede al individuo, y
que además con o sin el individuo permanece ahí, como parte de la
totalidad social. El problema reside en el todo complejo estructurado (en la
“sociedad”), no en la persona que porta el nombre al cual se le atribuye la
infinidad de situaciones aberrantes cometidas en la URSS.
II
La “terminología” es una fase de
la cientificidad del marxismo, cientificidad aún no lograda, que apunta a la
construcción de una red de conceptos que ingresen efectivamente en la disputa
ideológica frente al pensamiento liberal y su derivación posmoderna, en tanto
lógica cultural del capitalismo tardío (al decir de F. Jameson). Un concepto no
es sólo el nombre de una diversidad, un universal aplicable al todo y a
todo, es un problema. Hegel fue el primero en descubrir que un concepto solo es
tal cuando entra en relación con el devenir, cuando se encuentra
“determinado” en la madeja de circunstancias, por así decirlo: no es una
aplicación de algo exterior a lo real, sino lo real mismo entrando en la teoría,
un problema en la contingencia. No hay “concepto” sin vínculo con la
totalidad. Stalin sabía bien esto, y por eso su terminología es una profusa
serie de problemas y no una colección de amuletos teóricos o dogmas
universales: dirección estratégica, objetivo, dirección táctica, radio de
acción, momento, etc.
Mientras que para Lenin fue
imposible no escribir sobre los hechos, literalmente, fue imposible no escribir
los hechos concretos utilizando los elementos de su teoría, Stalin intentó
sistematizar esa teoría en la forma de una terminología independiente de
la contingencia y la coyuntura. Althusser fue el primero en decir que hay una
“dialéctica”, una teoría en El Capital, más allá del texto
poblado de cuestiones económicas: que es posible extraer una filosofía marxista
en El Capital. Pues bien, diremos que Stalin quería extraer una ciencia
materialista de la política de los textos de Lenin, del contexto profano en el
que este escribía. Una teoría política leninista expresada en la forma de una
terminología, de unos “elementos fundamentales”, de unos conceptos en
definitiva.
Estos
conceptos funcionan siempre en relación a un problema, insistimos: a un
problema contingente cualquiera. Es lo que ocurre, para poner un ejemplo
clásico, con los conceptos maquiavélicos de fortuna y virtud. Responden a la misma problemática; mientras que la fortuna refiere
a procesos objetivos, fuera del alcance inmediato de la acción de los hombres
(a las condiciones estructurales), la virtud maquiavélica
refiere a la praxis emprendida por el Príncipe, o por el Partido en este caso,
para modificar sustancialmente las condiciones de cierta “fortuna” indigna.
Asimismo, Gramsci establecía una diferencia entre lo “ocasional” y lo
“orgánico”: “El error en que a menudo se cae en los análisis
histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que
es orgánico y lo que ocasional”, indicando que el movimiento “orgánico” refiere
a ondas u oscilaciones de largo aliento y mayor profundidad que lo “ocasional”,
lo coyuntural, que sin embargo guarda con lo orgánico una relación
de dependencia e interrelación.
III
Uno de los
aportes conceptuales más importantes de Stalin fue la distinción que llevó a
cabo entre estrategia y táctica. Tal como la dupla conceptual
gramsciana “orgánico-ocasional”, la dupla estrategia-táctica de Lenin,
sistematizada en el pensamiento de Stalin, funciona como una poderosa fórmula
de comprensión de la realidad social. Para Stalin, este par de conceptos
constituyen una suerte de álgebra de la práctica política y militar, teniendo
en cuenta que, como Lenin, adscribía a la famosa formulación de Clausewitz: la
guerra es la política continuada por otros medios (o viceversa, decimos
nosotros). En 1924, Stalin escribe:
“La
estrategia se guía por las indicaciones del programa […] determina el camino
general, la orientación general […] Conforme a esto, la estrategia
traza el esquema de distribución de las fuerzas del proletariado y de sus
aliados en el frente social (dispositivo general). No hay que confundir
la tarea de “trazar el esquema de distribución de las fuerzas” con el trabajo
mismo (práctico concreto) de colocar, de distribuir las fuerzas”
Es increíble
encontrarnos con un texto como este en un tipo al que se le trata habitualmente
de bruto e imbécil. Perfectamente podría haber sido escrito por alguno de los
baluartes posmodernos de las llamadas “ontologías del poder”. Estrategia,
fuerzas, esquema de distribución: formas de comprensión del flujo del Poder. Todo
esto, más allá incluso del Poder político de estado que a todas luces
sigue siendo “el objetivo principal”.
Este es un
ejercicio de extracción, extracción de una conclusión teórica desde los textos
de Lenin, eminentemente prácticos. Cuando, por ejemplo, en la coyuntura
sobredeterminada y compleja de 1917 Lenin establece una línea de demarcación
radical con los enemigos de la revolución (nosotros queremos tomar el poder:
los mencheviques quieren participar en un gobierno de coalición con la
burguesía nacional y elgobierno de Lvov), y posteriormente establece un esquema
de distribución de las fuerzas en arreglo a su posición (1) de clase, (2)
subjetiva o discursiva y (3) según el grado de hegemonía del que gozan sobre el
proletariado. Constata, por ejemplo, la existencia de tres fuerzas
fundamentales; los “socialchovinistas” (que no eran un partido, Lenin le da ese
nombre a un conjunto de fuerzas políticas), los llamados “centristas”
(“elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la
atmósfera del parlamentarismo”, dice Lenin), y por último la izquierda de los
partidos socialdemócratas, el bolchevismo, el Grupo Espartaco, etc.
Posteriormente,
hacia 1924, Stalin desarrolla otro aporte teórico en la comprensión del
problema. Además de establecer el paralelogramo de las fuerzas en el
análisis de la coyuntura y la lucha de clases,
la estrategia depende activamente del Programa como conclusión política
de la Teoría. Teoría-Programa-Estrategia, tal es la unidad “que ordena”, el “horizonte
de posibilidad” de la táctica, para decirlo en términos kantianos. Digámoslo en
fácil: la estrategia, que depende del Programa y de la Teoría, constituye el
elemento dominante de la táctica. Stalin plantea que “el plan estratégico es el
plan de la organización del golpe decisivo”, y que decide “de antemano en sus
nueve décimas partes la suerte de toda la guerra” determinando “con acierto la dirección
principal del movimiento proletario de un país dado”. Es justo en este punto
donde encontramos u aspecto esencial: al describir la táctica de este modo, no
hacemos más que inscribirla en el horizonte general de la estrategia: “La
táctica es una parte de la estrategia”,
dice Stalin, agregando más adelante que “no puede supeditarse a intereses
pasajeros del momento, no debe dejarse guiar por consideraciones del efecto
político inmediato [...] debe elaborarse en arreglo a las tareas y a las posibilidades de la estrategia” (los subrayados son
nuestros).
IV
Estos textos
proponen además una serie de conceptos auxiliares, como el de “viraje histórico”,
“consigna de agitación”, “directiva”, etc. Ellos podrían ser objeto de otro
estudio. Sin embargo, lo más importante es que consideran que no todo éxito táctico produce una victoria
estratégica. “Hay momentos – escribe Stalin hacia 1924, en que éxitos
tácticos, de brillante efecto inmediato, no encajan con las posibilidades
estratégicas, crean una situación inesperada y funesta para toda la campaña”. Un
triunfo “parcial” que puede significar la derrota “total”, esa es la innovación
más importante.
Nos
encontramos hoy frente a una coyuntura que exige volver a esta serie de
reflexiones. Enumeremos algunos motivos, algunas exigencias que se desprenden
de esta lectura:
(1)
En primer
lugar, no se ha trazado el “programa” de la izquierda, sino apuntes o
reivindicaciones programáticas inmediatas, lo que Lenin llamaba “lucha
económica”, y que claramente no tienen ninguna conexión con la “Teoría”, que
Lukacs llamaba barómetro de la acción
política, de la praxis concreta. El trazado de este programa, y del “dispositivo
general” de distribución de las fuerzas, debe hacerse con arreglo a una
comprensión profunda de la sociedad neoliberal chilena, y de la relación entre
el proyecto neoliberal y el Poder político de las clases dominantes. Cuestión
central a la hora de elaborar una “propuesta programática”, como la que hoy se
debate, porque, finalmente, un éxito en lo programático-táctico, debe ser un
avance en la cuestión estratégica, que es hoy, según entendemos, la conquista
de un Gobierno de Nuevo Tipo que avance hacia una Revolución Democrática.
(2)
Por otra
parte, no hemos establecido un “esquema de distribución” de las fuerzas que
operan en el estado neoliberal chileno, un esquema serio, no una fórmula. ¿Cuál
es la relación entre los distintos segmentos de la superestructura política
partidista, y las facciones de la clase dominante?, ¿Dónde está el vínculo
privilegiado, a saber, el vínculo con el capital financiero, en el “centro
político”? Es, de alguna manera, lo que hizo Mao Tse Tung en sus primeros
textos, aunque en un lenguaje a ratos rudimentario y primitivo: preguntarse
quiénes son los enemigos del pueblo, y escribir un pequeño pero provechoso
ensayo sobre la estructura de clases de la sociedad china. El nuevo patrón de
acumulación neoliberal exige que pensemos el aparato de Estado: el Poder
político no está “aislado” del modo de producción, ni de la lucha de clases. En
períodos determinados internaliza esa lucha en la forma de una colaboración, o
expulsa al proletariado de la administración estatal precarizando su condición
económica y re-constituyendo la “ciudadanía burguesa” en “ciudadanía marginal”.
(3)
La tesis de
Stalin de que no todo éxito táctico significa un avance en la consecución de
una “victoria estratégica” es profundamente actual. En la actual coyuntura,
sobredeterminada, y en la que la contradicción principal entre capital y
trabajo no se expresa más que circunstancialmente, debido a la emergencia de
una serie de contradicciones locales, explosiones diversas y abigarradas, un
paso táctico exitoso puede significar un retroceso estratégico: un paso
adelante, dos pasos atrás. La victoria que podamos obtener puede servirle a la
burguesía para recomponer su gobernabilidad y restablecer la estabilidad de la
clase dominante, asegurando al patrón de acumulación un tiempo más en el marco
de ciertas concesiones mínimas. Toda esta cuestión está íntimamente vinculada
con el debate entre reforma y revolución, entre reformismo y política revolucionaria:
hacia 1917 Lenin sabía que las reformas eran un “instrumento auxiliar de la
lucha de clases”, pero también comprendía que, finalmente, el deslizamiento
hacia el reformismo estaba dado por la conversión de una serie de reformas en
objetivo principal de la lucha. Para utilizar los términos de Gramsci, lo que
requiere una verdadera revolución, un verdadero triunfo estratégico, es un
viraje orgánico, no ocasional en el modelo de acumulación capitalista.
No perder el
timón ideológico sigue siendo una tarea fundamental de la izquierda. Al menos
cuatro cuestiones deben ser analizadas en el período siguiente, para no perder
de vista que los marxistas chilenos somos
marxistas en lo concreto, y no en lo abstracto, en el nombre, o en la “cultura”.
Estas cuestiones son: el problema del Estado y el poder político en Chile, el
problema del Sujeto, el problema económico – el neoliberalismo chileno, y la
cuestión de cómo analizar correctamente la coyuntura. De momento, este aporte:
las victorias tácticas sin vínculo con los objetivos estratégicos trazados para
el actual período, pueden ser el derrotero de la izquierda en Chile. Ese es el
dato teórico que nos sopla Stalin.
Muy interesante el análisis claudio, dejas muy claros debates poco abordados en la izquierda, y de paso esquematizas los problemas actuales desde las categorías que rescatas. Espero podamos concretar esa reunión pendiente, se echa de menos una conversación contigo.
ResponderEliminarUn abrazo