lunes, 20 de mayo de 2013

El aporte de Stalin




I

Siempre se piensa en Stalin como un autor indigno de ser incluído en el panteón de los marxistas “clásicos”, referencia obligada de los marxistas “contemporáneos”. El caso es que Stalin fue el primer autor en establecer lo que el filósofo Theodor Adorno llamó terminología, una red ordenada de conceptos para entender la totalidad social. La formación de una terminología era un ejercicio permanente en la reflexión teórica de Stalin y, más allá de los cuestionamientos que se ciernen sobre su figura, la sistematización de las herramientas teóricas de la tradición leninista por parte del “brutal georgiano” constituye una referencia obligada en el campo de la teoría marxista si es que, como plantea Atilio Boron, puede hablarse de una teoría “marxista” de la política.

Evidentemente, tal referencia no se realizará sin la emergencia de una dura polémica sobre Stalin y los horrores que se asocian habitualmente a su nombre: el gulag, las purgas, el culto a la personalidad, etc. No es objeto de este artículo generar una opinión al respecto, pero indicaremos muy someramente que Stalin no es el “culto a la personalidad” como Mao no son las bandas de ajusticiamiento de la Revolución Cultural: tales dispositivos constituyen una deformación específica que debe ser analizada en su contexto, y no reducida a la figura de un personaje. Es más: la verdadera comprensión de los llamados “horrores del estalinismo”, pasa por no reducirlos a la personalidad de José Stalin, al nombre de Stalin, sino comprenderlos en una profusa maquinaria que excede al individuo, y que además con o sin el individuo permanece ahí, como parte de la totalidad social. El problema reside en el todo complejo estructurado (en la “sociedad”), no en la persona que porta el nombre al cual se le atribuye la infinidad de situaciones aberrantes cometidas en la URSS. 

II

La “terminología” es una fase de la cientificidad del marxismo, cientificidad aún no lograda, que apunta a la construcción de una red de conceptos que ingresen efectivamente en la disputa ideológica frente al pensamiento liberal y su derivación posmoderna, en tanto lógica cultural del capitalismo tardío (al decir de F. Jameson). Un concepto no es sólo el nombre de una diversidad, un universal aplicable al todo y a todo, es un problema. Hegel fue el primero en descubrir que un concepto solo es tal cuando entra en relación con el devenir, cuando se encuentra “determinado” en la madeja de circunstancias, por así decirlo: no es una aplicación de algo exterior a lo real, sino lo real mismo entrando en la teoría, un problema en la contingencia. No hay “concepto” sin vínculo con la totalidad. Stalin sabía bien esto, y por eso su terminología es una profusa serie de problemas y no una colección de amuletos teóricos o dogmas universales: dirección estratégica, objetivo, dirección táctica, radio de acción, momento, etc. 

Mientras que para Lenin fue imposible no escribir sobre los hechos, literalmente, fue imposible no escribir los hechos concretos utilizando los elementos de su teoría, Stalin intentó sistematizar esa teoría en la forma de una terminología independiente de la contingencia y la coyuntura. Althusser fue el primero en decir que hay una “dialéctica”, una teoría en El Capital, más allá del texto poblado de cuestiones económicas: que es posible extraer una filosofía marxista en El Capital. Pues bien, diremos que Stalin quería extraer una ciencia materialista de la política de los textos de Lenin, del contexto profano en el que este escribía. Una teoría política leninista expresada en la forma de una terminología, de unos “elementos fundamentales”, de unos conceptos en definitiva. 

Estos conceptos funcionan siempre en relación a un problema, insistimos: a un problema contingente cualquiera. Es lo que ocurre, para poner un ejemplo clásico, con los conceptos maquiavélicos de fortuna y virtud. Responden a la misma problemática; mientras que la fortuna refiere a procesos objetivos, fuera del alcance inmediato de la acción de los hombres (a las condiciones estructurales), la virtud maquiavélica refiere a la praxis emprendida por el Príncipe, o por el Partido en este caso, para modificar sustancialmente las condiciones de cierta “fortuna” indigna. Asimismo, Gramsci establecía una diferencia entre lo “ocasional” y lo “orgánico”: “El error en que a menudo se cae en los análisis histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que es orgánico y lo que ocasional”, indicando que el movimiento “orgánico” refiere a ondas u oscilaciones de largo aliento y mayor profundidad que lo “ocasional”, lo coyuntural, que sin embargo guarda con lo orgánico una relación de dependencia e interrelación.

III

Uno de los aportes conceptuales más importantes de Stalin fue la distinción que llevó a cabo entre estrategia y táctica. Tal como la dupla conceptual gramsciana “orgánico-ocasional”, la dupla estrategia-táctica de Lenin, sistematizada en el pensamiento de Stalin, funciona como una poderosa fórmula de comprensión de la realidad social. Para Stalin, este par de conceptos constituyen una suerte de álgebra de la práctica política y militar, teniendo en cuenta que, como Lenin, adscribía a la famosa formulación de Clausewitz: la guerra es la política continuada por otros medios (o viceversa, decimos nosotros). En 1924, Stalin escribe: 
“La estrategia se guía por las indicaciones del programa […] determina el camino general, la orientación general […] Conforme a esto, la estrategia traza el esquema de distribución de las fuerzas del proletariado y de sus aliados en el frente social (dispositivo general). No hay que confundir la tarea de “trazar el esquema de distribución de las fuerzas” con el trabajo mismo (práctico concreto) de colocar, de distribuir las fuerzas”

Es increíble encontrarnos con un texto como este en un tipo al que se le trata habitualmente de bruto e imbécil. Perfectamente podría haber sido escrito por alguno de los baluartes posmodernos de las llamadas “ontologías del poder”. Estrategia, fuerzas, esquema de distribución: formas de comprensión del flujo del Poder. Todo esto, más allá incluso del Poder político de estado que a todas luces sigue siendo “el objetivo principal”. 

Este es un ejercicio de extracción, extracción de una conclusión teórica desde los textos de Lenin, eminentemente prácticos. Cuando, por ejemplo, en la coyuntura sobredeterminada y compleja de 1917 Lenin establece una línea de demarcación radical con los enemigos de la revolución (nosotros queremos tomar el poder: los mencheviques quieren participar en un gobierno de coalición con la burguesía nacional y elgobierno de Lvov), y posteriormente establece un esquema de distribución de las fuerzas en arreglo a su posición (1) de clase, (2) subjetiva o discursiva y (3) según el grado de hegemonía del que gozan sobre el proletariado. Constata, por ejemplo, la existencia de tres fuerzas fundamentales; los “socialchovinistas” (que no eran un partido, Lenin le da ese nombre a un conjunto de fuerzas políticas), los llamados “centristas” (“elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la atmósfera del parlamentarismo”, dice Lenin), y por último la izquierda de los partidos socialdemócratas, el bolchevismo, el Grupo Espartaco, etc. 

Posteriormente, hacia 1924, Stalin desarrolla otro aporte teórico en la comprensión del problema.  Además de establecer el paralelogramo de las fuerzas en el análisis de la coyuntura y la lucha de clases,  la estrategia depende activamente del Programa como conclusión política de la Teoría. Teoría-Programa-Estrategia, tal es la unidad “que ordena”, el “horizonte de posibilidad” de la táctica, para decirlo en términos kantianos. Digámoslo en fácil: la estrategia, que depende del Programa y de la Teoría, constituye el elemento dominante de la táctica. Stalin plantea que “el plan estratégico es el plan de la organización del golpe decisivo”, y que decide “de antemano en sus nueve décimas partes la suerte de toda la guerra” determinando “con acierto la dirección principal del movimiento proletario de un país dado”. Es justo en este punto donde encontramos u aspecto esencial: al describir la táctica de este modo, no hacemos más que inscribirla en el horizonte general de la estrategia: “La táctica es una parte de la estrategia”, dice Stalin, agregando más adelante que “no puede supeditarse a intereses pasajeros del momento, no debe dejarse guiar por consideraciones del efecto político inmediato [...] debe elaborarse en arreglo a las tareas y a las posibilidades de la estrategia” (los subrayados son nuestros). 

IV

Estos textos proponen además una serie de conceptos auxiliares, como el de “viraje histórico”, “consigna de agitación”, “directiva”, etc. Ellos podrían ser objeto de otro estudio. Sin embargo, lo más importante es que consideran que no todo éxito táctico produce una victoria estratégica. “Hay momentos – escribe Stalin hacia 1924, en que éxitos tácticos, de brillante efecto inmediato, no encajan con las posibilidades estratégicas, crean una situación inesperada y funesta para toda la campaña”. Un triunfo “parcial” que puede significar la derrota “total”, esa es la innovación más importante.  

Nos encontramos hoy frente a una coyuntura que exige volver a esta serie de reflexiones. Enumeremos algunos motivos, algunas exigencias que se desprenden de esta lectura: 

(1)   En primer lugar, no se ha trazado el “programa” de la izquierda, sino apuntes o reivindicaciones programáticas inmediatas, lo que Lenin llamaba “lucha económica”, y que claramente no tienen ninguna conexión con la “Teoría”, que Lukacs llamaba barómetro de la acción política, de la praxis concreta. El trazado de este programa, y del “dispositivo general” de distribución de las fuerzas, debe hacerse con arreglo a una comprensión profunda de la sociedad neoliberal chilena, y de la relación entre el proyecto neoliberal y el Poder político de las clases dominantes. Cuestión central a la hora de elaborar una “propuesta programática”, como la que hoy se debate, porque, finalmente, un éxito en lo programático-táctico, debe ser un avance en la cuestión estratégica, que es hoy, según entendemos, la conquista de un Gobierno de Nuevo Tipo que avance hacia una Revolución Democrática.
(2)   Por otra parte, no hemos establecido un “esquema de distribución” de las fuerzas que operan en el estado neoliberal chileno, un esquema serio, no una fórmula. ¿Cuál es la relación entre los distintos segmentos de la superestructura política partidista, y las facciones de la clase dominante?, ¿Dónde está el vínculo privilegiado, a saber, el vínculo con el capital financiero, en el “centro político”? Es, de alguna manera, lo que hizo Mao Tse Tung en sus primeros textos, aunque en un lenguaje a ratos rudimentario y primitivo: preguntarse quiénes son los enemigos del pueblo, y escribir un pequeño pero provechoso ensayo sobre la estructura de clases de la sociedad china. El nuevo patrón de acumulación neoliberal exige que pensemos el aparato de Estado: el Poder político no está “aislado” del modo de producción, ni de la lucha de clases. En períodos determinados internaliza esa lucha en la forma de una colaboración, o expulsa al proletariado de la administración estatal precarizando su condición económica y re-constituyendo la “ciudadanía burguesa” en “ciudadanía marginal”.
(3)   La tesis de Stalin de que no todo éxito táctico significa un avance en la consecución de una “victoria estratégica” es profundamente actual. En la actual coyuntura, sobredeterminada, y en la que la contradicción principal entre capital y trabajo no se expresa más que circunstancialmente, debido a la emergencia de una serie de contradicciones locales, explosiones diversas y abigarradas, un paso táctico exitoso puede significar un retroceso estratégico: un paso adelante, dos pasos atrás. La victoria que podamos obtener puede servirle a la burguesía para recomponer su gobernabilidad y restablecer la estabilidad de la clase dominante, asegurando al patrón de acumulación un tiempo más en el marco de ciertas concesiones mínimas. Toda esta cuestión está íntimamente vinculada con el debate entre reforma y revolución, entre reformismo y política revolucionaria: hacia 1917 Lenin sabía que las reformas eran un “instrumento auxiliar de la lucha de clases”, pero también comprendía que, finalmente, el deslizamiento hacia el reformismo estaba dado por la conversión de una serie de reformas en objetivo principal de la lucha. Para utilizar los términos de Gramsci, lo que requiere una verdadera revolución, un verdadero triunfo estratégico, es un viraje orgánico, no ocasional en el modelo de acumulación capitalista. 

No perder el timón ideológico sigue siendo una tarea fundamental de la izquierda. Al menos cuatro cuestiones deben ser analizadas en el período siguiente, para no perder de vista que los marxistas chilenos somos marxistas en lo concreto, y no en lo abstracto, en el nombre, o en la “cultura”. Estas cuestiones son: el problema del Estado y el poder político en Chile, el problema del Sujeto, el problema económico – el neoliberalismo chileno, y la cuestión de cómo analizar correctamente la coyuntura. De momento, este aporte: las victorias tácticas sin vínculo con los objetivos estratégicos trazados para el actual período, pueden ser el derrotero de la izquierda en Chile. Ese es el dato teórico que nos sopla Stalin.

1 comentario:

  1. Muy interesante el análisis claudio, dejas muy claros debates poco abordados en la izquierda, y de paso esquematizas los problemas actuales desde las categorías que rescatas. Espero podamos concretar esa reunión pendiente, se echa de menos una conversación contigo.
    Un abrazo

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